Recostada en mi silencio te observo tocar la guitarra
y juntar los sonidos de la noche a sus cuerdas,
el grillo, el viento en su paseo nocturno
y los primeros pasos de la luna por el firmamento,
todo se esconde tras su ojo negro.
Te observo,
la observo como a un ciclope arrojado a tierra
por las olas musicales del tiempo.
Y la noche que se reproduce en su ojo lanza una soga de acero,
para que por ella suba disuelta en notas.
Me deslizo, el ojo en su ausencia me abraza a sus sombras de lo visto,
con la luz rota en tinieblas y la música reposando en el silencio de su pupila.
Llego a su manantial de sonidos que sueñan con emerger de tus manos,
desnuda entro al tronco de tu guitarra,
nido de aves confinadas por los árboles de la luna
a habitar sus ramas de metal que al agitarse caen en hojas
con sus últimas melodías,
residuos para el renacer de la música cual fénix.
Ahí la sonoridad de mi nombre se disuelve en el óceano de tonos,
el ritmo de mi piel estalla como un ángel caído, como un rayo
y los latidos errantes de mi corazón regresan.
Todo es prodigio de tus manos cuando viajan a través de las cuerdas flojas de tu instrumento,
mientras sostienen la canción de la vida para que no caiga en el abismo del silencio.
Recostada en un suspiro del universo
te observo desnudar la guitarra,
la desnudas, me desnudas,
y se derrumban los muros del silencio,
la noche se refleja en el cristal de su negro ojo,
porque es cíclope también con su solo ojo plateado.
La guitarra me observa, te observa
se introduce en las cuerdas del cuerpo
que es sostén de pájaros en espera del amanecer
para abandonar su nido hacia las ramas de nubes con canto de libertad.
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