Salí a la calle para adentrarme a los mítines,
vi niños inocentes que, sin saber, clamaban por su futuro,
mujeres valientes, dispuestas a luchar por otros,
prestándole fuerzas a hombres sin convicciones;
vi ancianos con el pasado maltratado y la esperanza renacida,
confían en que su lucha no ha sido en vano, otra generación los seguirá;
vi a jóvenes ardientes, despabilados, recién han despertado,
su revolución es la misma que la de sus padres y abuelos,
también sueñan con evitársela a sus hijos.
De marchas y más marchas se congestionan los días,
sus colores identifican algunos movimientos,
la curiosidad es incentivo para acercarse a sus consignas,
las historias son diversas entre tanta gente
pero todos marchan por el bien de los demás.
Esparcidos en los contingentes había inconfundibles fantasmas,
un general de mirada retadora, ojos de conquista y rebeldía,
ninguna villa es demasiado pequeña
para que él haga una pelea por ella;
un cura y su estandarte grito libertador,
poniendo a Dios del lado del pueblo y sin iglesias;
de exigencia descapuchada había un comandante,
liderando un ejército filosófico
que libere a la nación y al pueblo nativo;
y el fantasma que encabezaba cada movimiento,
asomándose sobre los demás,
con bigote y sombrero, imagen de la leyenda,
cabalgando el semental de valores y principios,
vivo y revolucionario como la lucha actual,
pidiendo a todo el pueblo que lo acompañáramos,
que saliéramos a las calles,
clamando por los derechos, por nuestras vidas,
¡por justicia tierra y libertad!
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