De las despedidas

Queda poco por decirte con mis palabras que deseé infinitas.

El agua que llevaba tu esencia se agota en el sudor de la imagen gastada.

Tu sombra es ya un ente muerto, su cansancio se presiente en los sueños,

busca la luz entre las palomas que la llaman en el umbral del amanecer.

El hombre que eres hoy poco guarda de aquel niño que recuerdo acurrucado

como una febril y asustada crisálidad en mi regazo.

Ya las fotos que contemplan mis recuerdos parten como brisa guardada en hojas

que el mar abraza y besa con toda la seducción que palpita en los jardines profundos que aún le sueño;

jardines sobrevivientes, ocultos en las miradas de las olas, de corales que sueñan

con rosas en sus calientes insomnios acuáticos,

y que empuñan espinas de tiempo en la remembranza de la brisa, en mi corazón aún abierto a ti;

barca de rosas disueltas que la espuma trae en los apegos del ocaso, a la luz que se esfuerza por marcharse.

Desde corolas encendidas, fugaz vuelo de luz hecho agua me hablan tus besos

con palabras guardadas que traducen la palpitante canción del corazón.

Ya tu mirada, la risa que embellece al espíritu que aprisionan mis memorias,

se evaporan en el rocío que los sabios pájaros de la despedida beben en su sed de caminos.

Mis sábanas sueñan con la furia del mar, sus ocultos jardines se extienden en las plumas

ensagrentadas de la almohada, de gaviotas perseguidas por el fuego,

espinas de tiempo, reflejos en pena de mi luna aún abierta para ti,

desde sus altas corolas quebradas por el viento, desde pétalos que alcanzan en su vuelo al horizonte,

me hablan tus besos con palabras tibias posadas como crisálidas vacías en mi vientre.

En la vacuidad de mi sexo se traduce el palpitante silencio del corazón.

Un rayo de luz penetra en la oquedad del ánfora vacía, el agua de astros en el marco de sus grietas

deja un sello, un eco, un par de huellas del deseo, un canto de búho que al amanecer se interna

en sus jardines profundos con una impresión del rostro del sol.

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