Sucede que me voy pero siempre regreso. Si no te ha pasado nunca, si eres de esa gente capaz de tomar decisiones de una vez por todas, es difícil que tengamos algo en común, pero de todos modos me gustaría conocerte.
Yo soy tartamuda. Ta-ta-tar tarta- muda. Cuando hablo, cuando camino, cuando me enamoro, todo el tiempo tartamudeo. Ya sé, no es nada de lo que estar orgullosa, nada para andarlo publicando tal vez, pero a mi ya nada me da pena. Nada. Bueno, me da pena que me vean en traje de baño, un bikini no me lo pondría nunca, mucho menos ahora que tengo dos ombligos. Pero fuera de eso, nada me avergüenza.
Eso sí, varias cosas me atemorizan: el crimen organizado, los secuestros, la trata de personas, que desollen gente y la entierren en fosas clandestinas, el robo de niños, el tráfico de órganos, eso me da miedo, aunque también me enerva. No entiendo a la gente que se asusta con películas como El Conjuro, no los juzgo, pero no lo entiendo. Sí me asusté cuando tenía quince años con Freddy Krueger, pero eso ya pasó. Seguro que no me asustan esas cosas porque a pesar de que crecí junto a un panteón nunca he tenido ningún encuentro con paranormalidades. Tampoco tuve mascotas, razón por la que, aunque todos los animales que conozco me parecen extraordinarios y hermosos (con excepción del equidna que considero lo primero, pero no lo segundo), no puedo identificarme ni un poco con la gente que tiene una suerte de enamoramiento con sus mascotas y que parece querer más a los perros y a los gatos que a los niños.
Pero ¿por qué digo todo esto? No tiene sentido, ya lo sé. Iba a quedarme, pero mejor me voy.
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