Como un rayo caí y me sembré en tu cuerpo,
con mis raíces aun frescas por el rocío de las nubes
y la fragancia de las estrellas
y entre tu piel me esperaban los pechos de la tierra.
La fuerza de los cielos,
con todo su llanto y todas sus luces escurridas
navegaban por mi sangre eléctrica
que buscaban en ti la cueva donde fallecer como un destello.
El sol aprisionado por la tormenta
y la luna que imponía en la esfera su mirada
sobre mi cuerpo enterraron sus clamores
y en mi poros los cristales de su espejo de futuro.
Con la fuerza del día y de la noche temblé,
con todas las palabras iracundas de los ángeles
perpetuándose en mis labios,
como besos que buscaban en los tuyos su fuga.
¡Y que paraíso tu cuerpo que al abrirse a mis orígenes
con todo lo que eran, crecieron en ti pasado y futuro!
Y caí y era diluvio sobre tus arrugas de piedra
y tu piel cual arca sobrevivió a esa vida y a esa muerte que yo
traía de la eternidad.
Crecí y mis ramas incandescentes se internaron
en el alma de esas rocas,
tembló todo en la tierra como en el cielo
y del tronco recién nacido me brotó el llanto de la lluvia
cascada muerta, tiempo henchido de la memoria de las estrellas.
Me levanté del polvo de tu pelvis y di frutos de fuego para calmar el
hambre de nuestro amor,
tu vientre cual capullo envolvió mi furia
y del árbol nacido me volví serpiente enrollada a la columna de
tierra,
que sostiene al paraíso de tu cuerpo,
donde palpito cual sierpe de fuego,
cual rayo infinito o cadena al rojo vivo
que celebra sin pesar su sentencia de amor.
Impactos: 2