Los cómicos son vistos peor que criminales,
coloridos actores, seguro esconden negras intenciones,
con sus pálidos maquillajes, como vivos que ven muertos,
y espantosas manchas rojas que portan sin escrúpulos.
En tiempos donde una sonrisa es espeluznante,
el oficio del hazmerreír es muy tenebroso,
sus flores de palabras acidas son un peligro,
desconocen de consecuencias y responsabilidad.
Hay miedo de todo cuenta chistes,
se evita encontrarse con cualquier humorista,
no sea que obstruya la atención a las labores,
que intervenga en la regularidad de vivir.
Como pesadillas que atormentan al tedio
son terroríficas sus apariciones públicas,
espantan con su espectáculo de bromas,
desgarran la tranquilidad de lo cotidiano.
Es aterrador imaginarlos a carcajadas en su soledad,
felices, ante el espejo con sus dientes afilados,
con los cuales cada día roen prohibiciones
que el mundo sigue a ojos cerrados sin cuestionarse.
Horrendas criaturas que incomodan todo ambiente,
Sinvergüenzas de cabellos con tonos innaturales,
colman el entorno de agudas risas,
desorganizan y ralentizan a la máquina social.
No existe cómo evitar el inmenso pánico
de encontrar un globo roto, extendido de más;
ahí estuvo algún gracioso pidiendo dignidad,
sin respuesta, se la tuvo que cargar a hombros.
La gente sufrió de una seria lobotomía
para quitar todo obstáculo del camino a la formalidad;
irracionales, con el músculo risorio paralizado
tienen fobia de hombres excéntricos, libres.
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