La sombras de los pájaros descienden sin alas sobre los ecos de nuestros pasos,
van guíando sus fantasmas sin rumbo por las calles de la ciudad.
Calles pobladas por el polvo de las piedras, por ventanas con siluetas de hombres
que a través del cristal con el aliento del frío crean las avenidas.
Yo, como una particula más de esas rocas me pierdo en mi camino,
en un sendero que repite sus voces una y otra vez.
No hay espectadores en el camino capaces de escuchar el canto que se pierde
entre el tráfico y el devenir de la vida, un espectáculo de efectos especiales
donde yo, actriz protágonica de la tragedia consumo mis monólogos
acto tras acto sin un final.
Recorro el asfalto, voy de protagonista a hormiga en el humeante granito de la urbe.
Eso, sólo sombras en el reloj del día. Amanece y sol ya comienza a despedirse desde su llegada
sobre nuestras cabezas sin plumas, sobre nuestros sueños como cerillas apagadas.
Sombras que nos atisban como reflejos de lo que fueron,
como una lluvia de memorias que se recrean para engendrar los días.
Sombras de nos anuncian nuestra condición de espectros
y atraviesan los espejos de la realidad en nuestro andar cotidiano.
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