Los rayos del sol descansan en tu rostro,
sus dolores del día se acuestan en los espacios oscuros de tu piel,
como una esperanza vibran después de un largo sueño
y renacen en la alcoba mientras la luna contempla su cabellera
en tus oblicuos ojos donde yo me fijo
como un fantasma peinando y desenredando estrellas.
Los piojos de la luna bajan por tu nariz hasta tus labios,
van chupándose sus colores, cubriendo sus vacíos
y abren túneles que se conectan a mis pestañas,
se esconden en mis ojos y se comen tu imagen.
Tu imagen se ahoga en los charcos de mi retina,
pero el instinto, el miedo, extienden un puente de hilos
de mis ojos a los tuyos por donde mi alma camina,
deshila a mi mirada, aplasta a los insectos,
triunfa sobre el ocaso de los segundos,
captura con un beso el aliento de tu aroma,
en fotografías que se imponen al amanecer
y se sostienen en los marcos dormidos
de las paredes del universo.
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