¿En qué sueños fuiste al Jardín del Edén
a recoger los frutos que has guardado entre tus piernas
ocultándolos del hambre ciega del humano?
¿Qué ángeles te dieron la entrada
y te dejaron subir hasta la copa del árbol de la vida
a proveerte de sus dones
que hoy proteges con recelo en la vasija de tu vientre?
¡Dios te habrá dado permiso!
pienso yo al sentir el sabor de esos frutos
que has colocado sobre la mesa de tus caderas
y me permites probar
en los intervalos conscientes de mis sueños.
Sobre tu piel descansa la imagen
para el lienzo blanco de mis ojos,
¡que fuertes colores!
¡qué transparencia de texturas!
es imagen que pruebo con las manos,
es imagen que palpo con la lengua.
Frutos que me llaman
como la fuente le canta y guía al ave sedienta,
colores que me convocan a grabarme
en esa piedra erguida
de la gruta divina de tu pelvis.
Trozos de luz, vislumbres del paraíso
que has expropiado
y con celo me muestras,
frutos agrios como dulces,
jugo de sangre,
mieles de flor celestial,
que en su pecho protege
a las semillas de la vida.
¿En qué tiempos fuera de mi vida
cuando eras un extraño para mí,
cuando aún tu canto
era una melodía invisible en el susurro de la multitud
tú fuiste al jardín de las almas
a sembrar en tu piel sus bendiciones?
Esos frutos que se entregan como la arena en el silencio del reloj
son lecho del tiempo que duerme
cuando el destino barajea los naipes del próximo juego, los días venideros,
Frutos que contienen la sal, las semillas del mar, y el azúcar, semillas del río,
frutos paisajes,
frutos para mi hambre, para mi mirada escultora de tus proezas.
¿En qué lugar está el Edén?
¿Te dejaron los ángeles
sobre la arena del sueño
las huellas del regreso?
Yo no tengo frutos que brindarte
sobre el mantel de mi pecho
la sequia ha extendido su cuerpo sobre el mío, mi espalda carga su casancio
y bajo mi vientre sólo yace la canasta vacía, restos de divina naturaleza perdida.
Esparce más de tus frutos robados
para recomponer lo perdido
para aliviar el hambre inmortal
del Dios tierra y manzana, del Dios árbol y naranja,
del Dios monte pera y mango , del Dios cereza y uva,
y humedece mis labios con el agua del coco roto que intacto es fuente sobre las plazuelas de tu pelvis
y espera ser pintado por el pincel de mis labios.
Déjame inmortalizar esos frutos de nubes
que ya en el cielo del momento se dispersan al paso firme del reloj de las estrellas
y ven y nutre la fuente vacía que mi vientre te cede en actos de hambre y sed que sólo el caminante del desierto reconoce,
Comparte como un pájaro tu porción para el invierno, salva mis alas
e iré contigo al cielo hasta provisionarnos del amor que vierte sobre lienzos sus rios de arreboles, su compacta naturaleza éterea hecha fruto de carne, fruto de corteza y árbol encinta.
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