Cecilia y… el pulgar arriba
Harta del tedio de esperar con el pulgar arriba, Cecilia decidió analizar primero el significado de la seña para así, después, idear una mejor estrategia para el uso de la misma. Se sentó entonces al pie del anuncio de cerveza y estiró los tentáculos frente a ella antes de dedicarse por completo a la figura omnipotente de su dedo, ya moreno, que miraba al cielo.
Tal vez el ángulo no era el correcto. Pudiera ser que un pulgar mal inclinado fuera como la santa cruz puesta de cabeza, símbolo de la blasfemia y la difamación. Aunque también el levantarlo en lo alto, más allá de su cabeza ¿sería acaso un problema religioso o de simple física y química? Porque el éxito dependía entonces de la fe del conductor. Si este era agnóstico del aventón, y considerando que hoy en día hay escépticos para todo, tal vez no iba a salir nunca de ese punto en el mapa. En ese caso el pulgar, estando en el ángulo que fuera, no serviría de mucho.
Pero Cecilia confiaba en que el tema estuviera más inclinado a la ciencia que a la de la religión. Porque la ciencia, aunque kafkiana, estaba de moda. No era, por supuesto, el Boson de Higgs, pero seguramente había algo de ecuaciones en el pizarrón. Había que considerar entonces todas las variables del problema. Formular hipótesis. Justificar la razón de su existencia. Cederle algunos electrones, neutrones y protones. Y, al final, ver que termina siendo todo eso del pulgar arriba.
Sin embargo a la joven cecaleia todo esto le abrumaba. Eran tantas cosas que tendría que hacer para probar la posible teoría y había dejado, por error, sus lentes en casa. El plan era irse ligera, para evitar el tráfico, pero el tráfico nunca llegó. Lo estuvo esperando y nada.
-¡Que falta de respeto! -pensaba ella, con la grava calándole las ventosas y buscando mas sombra detrás del espectacular. -¡Que grosería y que falta de compromiso!
Pero ni echando todas las pestes del mundo haría que el carnaval de vehículos circulara a golpes y patadas sobre el boulevard. Y las pocas moscas que volaban bajo apenas si la notaban. No era más que un espejismo de la cercana carretera.
Por eso quería saber si la culpa era suya o de los paradigmas, o quizás del consejo de ciencias, o de la vox populi, o de ese maldito Dios Dedo Pulgar que no quería iluminarla con su sagrado velo de verdad.
Todavía sin soltar el puño o sin aflojar el dedo expiatorio, Cecilia estiró la mano que tenía libre para alcanzar la cartulina que había dejado junto al anuncio derruido. Era muy posible que el epicentro de sus teóricos problemas recayera en una muy mal formulada petición de traslado.
Entonces sería ciencia. Porque dentro de esta no había espacio para la duda o la suposición sin fundamento. No era creacionismo, sino hermoso darwinismo folklórico. Solo era prueba y error que llevaría al experimento a un resultado satisfactorio. Una yuxtaposición de teoremas alfabéticos cuyos denominadores o bases cuadradas estuvieran colocados erróneamente sobre el lienzo. Y es que un sólo número cuyo valor contradijera la esencia del proyecto provocaría un conflicto en el resto de la prueba.
Y Cecilia pensaba en la infinidad de combinaciones posibles, con diferentes preposiciones, sustantivos, verbos y predicados, con una mueca exagerada de física lingüista. Levantó el cartel al cielo con aquella mano libre y repasó los garabatos que había dibujado unas horas atrás, cuando se sentía lista para la aventura.
Lo contempló un largo rato, porque podría ser también un pasaje bíblico mal traducido. Era su español contra el español del pueblo. Era una tormenta en la colina que avecinaba guerras santas, cruzadas mortuorias, embravecidos luteranos e inquisiciones llenas de malentendidos.
Entonces sería religión. Y sería empezar de nuevo el dilema de las dos piedras sobre cada lado de la balanza.
Y como aquel que no quiere entrar en controversias, Cecilia decidió que era todavía muy joven y hermosa como para elegir un bando. Entonces siguió sentada, dejando el cartel de nuevo en su lugar y descansando el pulgar arriba sobre la fotografía descolorida de una cerveza Pacífico recién destapada. Y pensaba, volviendo a la divergencia, ¿y si fuera acaso algo político el asunto?
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