Cansancio

Desde la neblinosa seda de este rincón donde me he impuesto estar

como una lengua que se recoge, veo las alas de los sueños colgadas bajo la lluvia.

Sus plumas húmedas, rígidas y azules retienen tranquilas la sangre,

no hay urgencia por golpear el viento, por desplegar sus horizontes contenidos.

Entonces te preguntas ¿Si aún las ves es por qué todavía existen, o son un espectro de tus deseos?

Las venas frígidas se retardan en bombear la sangre hacia la noche como si no

quisieran que amanezca, como si hubiera un temor a transitar por el silencio de las estrellas.

La luz helada del sol se escurre tierra adentro, y un hálito de flores removidas asciende

y mueve a las alas cuidadosamente colocadas por tamaño y edad.

¿Irás tú a quebrar el silencio y abalanzarte noche adentro?

Es el tiempo de la lluvia, su hora puntual de entrar en los espejos,

de hacernos ver todo lo hecho y no hecho, lo acumulado en nuestros pasos por el mar;

y de nada me ha valido colocarle ánforas en el alfeizar para acurrucar sus lamentos,

hay colores enterrados prematuramente en el silencio que han perdido su vigor y su sentido.

Nada vuelve aunque supliquemos, cada hora debe ser un pez que agarremos con la fuerza de las dos manos.

El acuario está medio lleno, puntitos de luces rojas y doradas se agitan en el agua,

entonces levanto la mirada, un destello infantil me sostiene los párpados que

pesadamente me empujan hacia el sueño.

Tengo la vista cansada de repasar memorias, mármoles inertes hudidos en una impetuosa

y remota noche que aún golpea la ribera.

Te amé, lo sé y eso me dejó una veta subterránea, un extraño eco de vida que no salva

pero consuela.

El sol late envuelto en una camilla de nubes como si quisiera postergarse en el crepúsculo,

en su agonía, en la memoria de este cansancio que lleva tu nombre.

No quiere irse sin haber dejado todos sus fragmentos púrpuras sobre la mesa,

todo ese largo día que fuiste.

Comeré de ti esta noche, de ese amor que aún queda en el refrigerador,

comeré hasta el amanecer, hasta que tenga las células tan llenas de ti que tengas que salir.

Las palabras han envejecido de pronto como si hubieran agotado su vitalidad

estirándose para llegar hasta ti; y sigilosamente buscan sus crisálidas por toda la casa.

Saben que no hay nada que a lo que le tema más que al silencio aunque el mismo cansancio

me empuja a facilitarles la labor de encontrar sus capullos.

Les hago cajitas acolchonadas debajo de la almohada como queriendo que me hablen

en sueños.  ¡Es tanta la soledad!

Aún así las viejas frases se tambalean por los pasillos del sueño, cada vez sus pasos son

más lentos y dicen menos.

¿Se puede ser el mismo después de las tormentas, se puede ser mejor de morir tantas veces,

o siempre queda una herida de sal en el costado?

Las lágrimas también parecen arrugadas de pronto; se han recogido hacia adentro y

no me muestran en el espejo el aspecto de la herida, no me dejan romperte una y otra vez.

Nadie quiere salir al jardín, ni la voz ni el dolor, como si supieran que nada hay ya en los

bloques y en las lozas de todo lo dicho y no dicho; y aunque el mundo y las flores siguen

hablandoen renuevos de frases, yo no escucho, me aplasta el peso de la luna llena de cintas

musicales, melodías insistentes ocultas en sus grietas repitiendo ese gran sueño que fuiste.

Haría falta una nueva misión a sus llamas de fuego calcinado para no encontrar nada, y

poblarla de nuevo con murmullos de niños, con llantos de recién nacidos imprimiendo

en sus ojos el fulgor del sol?

Lo único que no ha envejecido es tu recuerdo que lo abarca todo, cada aposento

de mi recinto con su sonrisa de niño evocadora de un tiempo en el que yo también fui niña.

Inquilino ingrato tu rostro que no me da nada a cambio de pensarlo, de adorarlo, excepto

esas duras monedas de la memoria que se le dan al cansado moribundo, esa oscura agua

que bebe quien se rehusa a morir.

Shhh, las palabras duermen en sus ninfas, y yo callo observando tu mirada, déjame perderme

en su indiferencia, en su vacío de significados para mí, y quizás así, pese a este cansancio, el

dolor me levante y salga corriendo detrás de esa palabra que se me escabulló.

Entre el Amor y la Paz tiene que haber pasión, esa osada catarina que va trepando de flor en

flor, y a la que antes creía roja y se fue volviendo una esmeralda de células en los rincones

más oscuros de la noche.

Yo llamo y no viene, grito hacia adentro, hacia la espesa arena del corazón hace unos días

hallada, hacia el polvo que ha quedado de sus pasadas navegaciones a través de la sangre.

Bajo a los sótanos, remuevo las huellas de las que fui, vigilo al frío y a la brisa del silecio

por si de pronto un bichito verde e imponente se posa sobre los cristales donde duermen los

sueños desnudos.

Solo déjame decirte que te amo antes de que llegue a mi destino, a ese nuevo planeta más

allá de esta luz incierta y fatigada donde todo comienza y nada termina.

Practicando vuelve a abrirse el corazón, practicando pareciera que nunca se ha perdido.

Impactos: 8