Hoy converso contigo Shakespeare
con el afán de rescatar algunas de las canas
que penden del craneo conservado en el tiempo.
Qusiera que tal cana me ayudase a engancharme
y treparme de la estrella más alta,
ahora que el mundo se consume en la caldera de la brujas,
que en frenético conjuro consuman el destino de los mortales
ante la mirada irreverente de la luna.
Maestro, saco del baúl de tus versos,
tenues recuerdos que me alumbran
las épocas añoradas,
cuando aún alejada del mundo
me refugíaba en lo orínico de tus tempestades.
Traeme hermano un poco de tu voz
a través de los mares o los vientos,
déjala traspasar las flores y rocas de tu tumba
para que desafíantes vengas como salvadoras
a este ocaso que me aguarda.
Unta mis dedos con tu tinta, sangre de tus versos,
dame una de las plumas que arrancaste a las siete diosas prisioneras de tu cerebro.
Maestro, porque el mundo se deshace como un metal en el fuego de la ira, la codicia y el poder,
ya no hay agujeros para las ratas, ni las hormigas,
la vida se consume con un último murmullo bajo los pies
y el amor es un sueño fabricado por las hadas,
Romeo y Julieta dos muchachos que se perdieron en las masmorras de tus libros.
Ay maestro, me pierdo en el cementerio
buscando el craneo del bufón que en mi infancia acarreó mis risas,
vivo en la desesperanza del ser o no ser,
¿A dónde me han de llevar mis huellas que tantos suelos han profanado,
a dónde mis pasos irán a descansar después de haber visto tanto humo y niebla
en esta tormenta que nos guía sólo al naufragio?
Cádaveres, sueños, sueños de cádaveres,
cadáveres de sueños insepultos,
todo me da vueltas y aún me restan las horas
para ver el fin del último acto.
Ven, aunque sea como la sombra de un ráfaga de hojas,
como la tenue luz del sol cuando se despide con una lágrima entre los rayos.
Deja que tu espectro me asista
y pueda ver ante mis ojos las filas de los reyes
que han de coronar mi fatiga antes de cruzar los mares,
una caricia de tu sombra puede espacir mi voz a través de la prisión de los dientes.
Sé la brizna que humedece y tambalea a la vela
que observa a mi frío temor sin derretirlo.
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