Algunos besos de agosto se posaron sobre la fuente
a recoger las gotas de agua de la luz del crepúsculo,
otros iban por las migajas de pan que los niños lanzaban en el aturdimiento del juego
sobre triciclos y coches.
Restos sin labio esperaban el primer rayo de la noche entre globos y vendedores de rosas,
esperaban alzar su voz al vuelo en el último suspiro del día.
Tú y yo sentados como el resto de los peregrinos parecíamos hacer solos el viaje hacia la cruz
alzada y victoriosa de la iglesia a punto de quedar atrapada entre las rocas del cielo.
Todo era quietud en nosotros aunque el silencio dejaba oír su tambor en los zapatos de los insectos
que ya buscaban el dulce lecho de las flores.
La tarde era una cortina de luz y polvo del sol cubriéndonos de la fatiga de los ojos
que estaban, se iban o llegaban.
En el vacío instante de un pestañear vinieron los besos de agosto a beber de nuestras manos el sudor,
Y uno de ellos se nos acercó tantos a los labios que nos robó el aliento.
Se fue sumergido en el estanque de la boca y en busca de sus luces desenterró
una tumba de sonrisas como el ancla de un barco que al entregarse a la marcha
descubre un castillo de corales.
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