El frío en su cuerpo era insoportable, la sangre corría abundante e incontrolablemente, todo él era una masa amorfa llena de heridas mortales.
A pesar de ello, en medio de esta escena podía saborear el sabor dulzón del líquido rojo, distinguiendo claramente otras dos muestras, cual macabro sibarita.
A un lado yacía el cuerpo de su contrincante, en medio de una gran mancha carmesí; en el otro extremo el cadáver de su entrenador mostraba los efectos de una furia singular, de la que solo él era capaz.
Aunque quiso sentir algún remordimiento también se sabía realmente libre, por primera vez. Desde muy pequeño no había conocido otra forma de vida más que esa singular esclavitud. Ese lugar era famoso por haber dado los mejores peleadores, los más despiadados, los triunfadores y no se podía esperar menos de él. Gladiador de casta, descendiente de multicampeones, debía hacer honor a semejante palmarés. No defraudó a nadie. Orgullo de su preparador para él no había los reflectores ni el dinero ni la vida de lujos. Lo único que lo podría diferenciar de otros era su alimentación, entrenamiento y cuidados médicos. En esta vida de esclavitud era todo.
Lo que más hubiera anhelado hubiera sido una dulce palabra de aliento o bien, sentir una cálida palmada de aprobación. En su mundo no había un gesto de amabilidad para ninguno.
Quizás nunca hubiera pensado en todo esto de no haber conocido a ella. Era diametralmente opuesta al campeón. De clase, sumamente consentida y mimada, a pesar de sus diferencias llegó a poner los ojos en él. A través de ella supo que había algo más allá de estas oscuras, sucias y malolientes paredes. Vislumbró que podía cambiar de vida y dejar de hacer lo que tanto le repugnaba. No era necesario maltratar o aniquilar a nadie para sentirse realizado y pleno. Sobretodo porque sus triunfos no eran para gloria propia.
El peleador se sentía feliz en su compañía y amado, aunque le costaba comprender realmente este sentimiento. Estaba dispuesto a dejar todo de no ser por esa fatídica noche en la que sus compañeros echaron mano de ella, donde después de una interminable orgía de terror la dejaron brutalmente deshecha y herida de muerte. Se supo que detrás de todo estaba su mentor.
Estos pensamientos le vinieron en torbellino a la mente mientras el anunciador anunciaba la pelea. No había enfrentado a un oponente igual y aunque lo superaba en talla y peso le dio feroz batalla. El final fue aterrador y cuando el público pensó que ambos habían muerto, él se levantó como absoluto ganador. Su entrenador fue a su encuentro cuando de repente todos miraban azorados como el pupilo se le abalanzó, sin darle tiempo a reaccionar siquiera y con toda la rabia de la que fue posible daba fin a aquel que lo había despojado de lo único valioso que tuvo.
Comenzó a sentir unas sacudidas incontrolables y un frío de muerte le anunciaba que esa era su última pelea. Pensó que ese final era lo mejor que le había poder sucedido.
El mejor perro de pelea del que hubo registro había pasado a la historia.
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