María iba llegando a casa cuando a lo lejos advirtió una silueta junto a su puerta. Desde que había llegado a vivir a ese vecindario estaba harta del innumerable desfile de vendedores. A veces eran dos o tres, en ocasiones cinco o más. Todos ofreciendo variadas mercancías o servicios que ella no necesitaba puesto que trabajaba desde casa en ventas por internet.
La mayoría se retiraban en cuanto sabían de su actividad pero los más persistentes la llegaban a exasperar.
Al acercarse vió que era una atractiva mujer. Vestía un entallado vestido negro, pulsera y collar de perlas, unas zapatillas rojas de diseñador y el ambiente ya olía a su perfume, el cual reconoció de inmediato puesto que era su favorito.
No cargaba nada más que una discreta cartera, roja también. Al ver a María la mujer le dedicó una amplia y bella sonrisa.
– Hola, mi nombre es Sandra.
– Mucho gusto, María, pero disculpe la franqueza, no compro nada.
– Ni yo soy vendedora.
Extrañada, María se limitó a sonreir al tiempo que trataba de recordar aquel bello rostro, de agradables facciones, unos grandes ojos verdes y labios carnosos, enmarcados por un rizado cabello castaño que le caía a media espalda.
– ¿Nos conocemos?
– No creo, la reconocería de inmediato- contestó la mujer.
– Realmente no se si pasarla a la casa o charlar aquí afuera.
La mujer le extendió su tarjeta de presentación y María leyó:
“Sandra Velarde. Terapista en amor”
– No se de que se trate pero se equivocó conmigo.
– No crea. Su nombre está en mi base de datos y sé que usted es huérfana, sin más familia. También estoy enterada que se mudó a esta ciudad hace poco y que viene de un lugar distante. No tiene vida social, ni mascotas y las únicas visitas que recibe son vendedores.
María sintió un fuerte escalofrío y preguntó:
– ¿Que busca de mi?
– Solo quiero aplicar mi terapia y hacerla sentir querida por un momento. Eso deseo.
– No se.
– ¿Pasemos, le parece?
Una vez dentro, ambas mujeres pasaron a la amplia sala. Sandra se acomodó en un sofá y le pidió a María sentarse junto a ella. Entonces Sandra le pasó los brazos encima, fundiéndose en un dulce y cálido abrazo. María se sintió cobijada y segura como hace mucho no recordaba.
Hija única, a los cinco años había perdido a su padre. El duelo no duró mucho tiempo pues al año su madre se casó de nuevo. Su padrastro era un militar retirado que resultó ser un buen hombre pero extremadamente reacio a alguna muestra de cariño y amante de la disciplina. María creció con todo lo material que necesitaba pero su corazón sentía un extraño hueco que se hacía más grande.
Ya mujer María se refugió en el trabajo y prefería vivir encerrada a intentar establecer alguna relación fuera de la del tipo ese que resultó ejercer violencia emocional hacia ella.
Recostada en el regazo de Sandra y aspirando su aroma, sintiendo su cálida y suave piel y acariciada por su cabello, María sintió una repentina descarga, hasta entonces desconocida por ella. Temiendo sentirse torpe solo atinó a volverse y encontrar sus labios con los de Sandra. La desconocida correspondió con pasión. El encuentro se iba haciendo más intenso. Esta nueva experiencia realmente le fascinaba, nunca pensó que una mujer le haría conocer el amor. Mil pensamientos se agolpaban en su mente mas solo quería vivir el momento. De repente María, avergonzada, se puso en pie de un salto.
– Disculpe, no se que me pasó.
– Descuide, no es la primera ocasión. Es la reacción normal cuando alguien experimenta un sentimiento ajeno en su vida y para serle franca me sentí halagada aunque no debí haberlo permitido. No me comporté profesionalmente y perdí los estribos con usted. Ahora, si me perdona, la sesión terminó.
– ¿Volverá?
– La próxima semana estaré de nuevo. Es vital hacer que ese corazón suyo despierte y espero tomar el papel que me corresponde.
Dicho esto la desconocida se retiró.
El lunes siguiente María se levantó muy temprano. Antes del desayuno se encontraba bañada y maravillosamente ataviada. Casi no probó bocado esperando la hora deseada.
El tiempo transcurrió.
El martes repitió la rutina y la desconocida tampoco llegó. Los siguientes días fueron lo mismo igual que los meses. El corazón de María se encontraba ilusionado y deprimido al mismo tiempo aunque lo sentía vivo. No pasaba lo mismo con su cuerpo que comenzaba a mostrar signos de desnutrición.
Las lluvias llegaron.
La demacrada María se encontraba detrás de la ventana mirando vagamente a lo lejos. Las gotas que caían fuera de los vidrios parecían ser menos copiosas que las lágrimas que rodaban por sus mejillas.
Finalmente el día oscureció…
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