La lluvia canta en un coro que compite con las ranas,
los rayos se entretienen en dejarle cicatrices al rostro de la tierra,
la noche se pasea con su túnica de diamantes seduciendo a los borrachos
y a los que no duermen se los come la lengua de su ojo.
Corro, corro hasta ver la luz que me silba
desde la puerta de tu mirada,
el agua me abandona,
el fuego me acoge como la vela abraza los dedos del niño.
Tu mirada tiene una antesala amplia, iluminada,
con vitrales azules, rojos, amarillos que tus pestañas
extienden hacia mí en un suspiro de ángeles,
siempre detrás de la puerta encuentro un perchero que cuelga
mi capa mojada y mi sombrero de plumas
para limpiarlas del fango del vuelo.
Detrás de la antesala se abre un pasillo que me lleva
a los diferentes aposentos que con señas de luces me aclaman,
hay un salita con ventanas y cortinajes que se jalan las trenzas,
fotografías de todos tus años y en todas estas llorando.
El sofá, la mecedora, la butaca, los sillones y la computadora
se lanzan pétalos que le han arrancado al cabello del florero,
se la pasan jugando y murmuran mientras desentrañan cuentos
en los sorbos del café,
los libros, las liebretas se abren y se cierran
cazando mariposas con que tatuar sus plancas pieles.
El cuarto de tu mirada no es tan grande como la sala
aunque es lo que más ansío después del viaje,
siempre la cama me abre la puerta, me da un abrazo
y sus ojitos de almohada echan algunas plumas por mí
cuando le entrego un beso.
Las gavetas aplauden, gritan de emoción,
escupiendo carretes y agujas con los que uniste mis manos a tu cuerpo.
La guitarra se revienta una cuerda por celos y le da un latigazo al espejo
que se abre como un río, pentagramas en la corriente.
La lámpara lame los sonidos, gato fosforescente que se pasea
de un lado a otro arañando el aire mientras la mesa de centro baila un break dance.
Desde el fondo del pasillo la cocina y el sanitario se desabordan por las llaves,
cascada de risas impregnadas en los ojos de la casa,
cámaras ocultas que nos fotografían para completar el álbum del último cuarto
que se escapa por el iris de la ventana en un grito,
desprendiendo a la luna del techo celeste.
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