El lado oscuro. Tres homenajes.
Hello darkness, my old friend,
comienzan, con cautivantes armonías, las voces de Simon y Garfunkel. La canción, The sound of silence. Con balanceo de canoa, guitarra y voz nos transportan hacia el centro de un lago oscuro en una madrugada de niebla.
El interruptor lo llevamos dentro. De pronto sucede: una mala noticia, una derrota, una decepción, un caerse la máscara sonriente de la vida para darse cuenta de que las cosas no eran como se pensaban. Entonces se escucha el click y la luz se apaga. No es fácil volver a encenderla porque el apagón trae consigo un veneno adictivo que corre bajo la piel, espeso como un lodo frío.
Hay de oscuridades a oscuridades. La de un pozo, asfixiante; la de la cueva, misteriosa; la que origina magnificas criaturas como en el fondo del mar o la que contagia la soledad del espacio profundo. Elegirla a conveniencia sería lo ideal, pero estar a oscuras es andar a ciegas, tanteando recovecos y escuchando con sobresalto los diminutos pasos del duende que nos persigue.
Una vez alcanzados nos convertimos en víctimas de su malicia, pero también y por una dualidad siniestra, en traviesos cómplices de su perversidad.
I´ll see you on the dark side of the moon,
canta Pink Floyd en Brain Damage, penúltima canción de su famoso disco The Dark side of the moon. Es quizá el mejor de los títulos para un disco de rock. Seis sílabas que los labios dibujan con placer, seis palabras que se deslizan con soltura en su pronunciación, incluso para quienes no dominamos el inglés.
Hace cuatro mil trescientos millones de años, una roca del tamaño de Marte impactó con la Tierra. La explosión fue brutal y de los trozos que salieron disparados se formó la luna. Desde entonces gira alrededor de la tierra y también sobre sí misma, pero su rotación es tan lenta que solo nos muestra una de sus caras, esa con una gran mancha que para algunos es conejo y para otros, rana.
¿Qué hay del otro lado de la luna?
Al lado oculto de la luna se le han adjudicado monstruos, alienígenas y extrañas conspiraciones. Pero vista en fotografías, resulta que es tan sólo una cara menos atractiva que su contraparte visible, no tiene manchas que despierten bellas mitologías aunque sí una mayor cantidad de cráteres, producto de un golpeteo más insistente de los meteoros.
Como a nosotros, a la luna le avergüenza su lado más herido.
Es inútil creernos hijos del sol: Todos llevamos muy adentro la noche,
dijo Emilio Pacheco en su poema La noche, el cual es parte de uno de los últimos libros que escribió : Como la lluvia.
Nuestros ojos evolucionaron para ser capaces de detectar el espectro de radiación que nos llega del sol. El astro rey moldeó nuestra visión para mirar solamente los colores que él dictaba, pero, de todas las formas de energía existentes, eso que vemos es apenas un pequeño porcentaje. No podemos ver los poderosos rayos X y gamma, el caluroso infrarrojo o el energético ultravioleta, tampoco somos capaces de observar las microondas y ondas de radio que atraviesan por doquier calles y habitaciones para inundar con música, información, historias y chismes nuestros dispositivos de última generación.
Entonces decidimos construir telescopios, antenas, televisiones, radios, celulares, computadoras y demás instrumentos capaces de transmitir y detectar esas invisibles energías. Y lo logramos. Y nos sentimos muy poderosos porque fuimos capaces de comunicarnos a niveles antes insospechados y pudimos ver más allá de lo que nuestros ojos nos permitían.
Sin embargo, aun con tales ayudas, únicamente es posible detectar una pequeña parte de la materia que conforma al Universo, sabemos que hay muchas cosas flotando por ahí por su presencia gravitatoria, pero es materia hoy invisible a nuestra tecnología. Para complicar más el asunto se ha encontrado que existe una gran cantidad de energía desconocida que mantiene acelerando la expansión del Universo. Haciendo la suma, resulta que tan solo conocemos un 4% de lo que hay afuera, el resto esta conformado por lo que se ha llamado materia y energía oscuras. Descubrir qué es representa uno de los mayores desafíos de la ciencia actual.
Nos creemos atentos girasoles y ofrendamos a la luz nuestra existencia; pero, torpes murciélagos, no andamos sino aleteando a ciegas bajo la noche eterna.
Impactos: 9