Tu nombre me lo dictan los ángeles como código
que me llega entre el sopor y el sueño,
como notas que tengo que re ordenar
en el pentagrama que cada día escribo y borro
en las sinfonías de mi alma.
Me costará pagar con años los símbolos en tu nombre,
años de oro, de plata, de bronce y hierro pagaré
para llegar entonces al templo del sepulcro sin ofrenda.
Pero eso solo no es tu nombre,
que es código de esencias y saliva
que la fuente de mis labios da a la vida,
hay algo más ahí, y es el eco de mi nombre
buscándose en el reflejo del viento.
Hay en tu nombre hundido un pez,
un pez parecido a ti que aun no nace
y que espera ser nombrado en el paisaje rocoso de mi boca,
que quiere ser chispa de vida, de agua, de fuego,
en la fricción de la piedras que hablan por mi.
Un pez siempre en lo hondo, siempre oculto en el acantilado,
refugio de las olas que propagan su existencia indiferente
para la mirada del hombre .
Hay ahí un llamado,
invitando a bajar mi voz hacia el rincón de tu origen,
hacia el fondo,
inhóspito lugar para mí, pero que es centro de tu alma
y es fuego anclado al mar de la vida,
pez silencioso, de fuego silencioso,
preso en el acuario de tu nombre.
Hacia él voy,
evitando pagar años de metales,
piel extraída de viejos candados.
Por él voy,
a tener un encuentro con mi nombre,
con la mitad perdida de mi nombre,
no a descifrar sonidos con los que recomponer el mensaje
prófugo y errante de los cielos
que es también imagen a semejanza de nosotros.
Marcho hacia ti, hacia tu nombre,
hacia el centro del volcán que escupe nubes,
marcho en busca de mi nombre
a encontrarte nadando sobre tus alas submarinas,
de fuego liquido,
te busco como quien busca en el laberinto de sonidos
y te encuentro apenas, como un suspiro veloz
que se me fuga de los labios.
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