Escena seis: El Hamdengate y la pistola humeante de Linbock
“Me gusta este lugar, la atmósfera es encantadora.”
“Pensé que te gustaría.”
“Es lo único bueno que le has sacado a esos libros.”
“Oye, oye, todavía ni hemos empezado a tomar.”
“Ja, ja, ja, lo siento. Me he dejado llevar por la singularidad del momento.”
“Es difícil encontrar un sitio como este en estos tiempos. No es precisamente lo mismo, pero funciona.”
“Mientras no empiecen a llover balas me doy por bien servida.”
“¿Notas a la fina dama de la barra?”
“¿Te refieres a la viejita que está sirviendo los tragos?”
“Esa misma. Pues es la diva de este lugar. Es capaz de cantar y preparar bebidas al mismo tiempo.”
“¡Que precioso!”
“El pianista es su esposo, creo que llevan casi cincuenta años juntos, haciendo esto.”
“Vaya, vaya, te luciste esta vez.”
“Tenía que encontrar algo que nos gustara a los dos. No todos los años es el primer aniversario de bodas.”
“Pues me encanta. Y tu, pequeño esposo mío, me encantas también.”
“El próximo año será mejor, te lo prometo. Estoy viendo lo de algunos trabajos, también unas ideas y…”
“¡Relájate hombre! No me importa esperar, y estoy contenta con la vida que llevamos. Si las cosas mejoran, adelante, pero no quiero que te presiones.”
“Te mereces mucho más, Samantha.”
“¿Te estás robando las frases de mamá?”
“Bien jugado. Me callaré entonces.”
“Ja, ja, ja. Te amo.”
“Y yo a ti.”
“¡Oh, ya va a comenzar!”
“Diablos, y aún no hemos ordenado. Espérame aquí.”
“Toda la vida, corazón.”
Empezó a hacer calor un poco después del mediodía. Esperaba alguna nubecilla gris, de esas que gustan mucho para las marchas fúnebres, pero era un día radiante.
De todos modos la ciudad estaba sumida en el silencio. Por detrás de las paredes de los varios hogares se podía apreciar el movimiento de los hombres, mujeres y niños continuando sus labores aunque en un paso de metrónomo más apagado. Hasta el contacto de los platos sobre la mesa se sentía pesado, seco y tortuoso. Era obvio que el pueblo entero sentía empatía con la pérdida real, y no era para menos, según entendí de las conversaciones arbitrarias.
Y es que el rey fue uno de los mejores de la línea principal. De esos que veíamos del otro lado de este mundo, en las películas de Disney. Generoso, compasivo y justo; como para pensar que si no le hacen una estatua al hijo de puta sería una reverenda blasfemia.
En las calles solo caminábamos algunos guardias reales y yo. No existía el toque de queda, solo el respeto innecesario para el cuerpo. De ese que preparaban en una de las cámaras del castillo.
Me enteré de eso último por una visita guiada por el castillo unas horas antes. Con la bala quemándome el bolsillo trasero sentí la necesidad de indagar un poco más en el primer incidente, así que solicité una audiencia en el calabozo con el cocinero, el credenciero, el encargado de los viñedos, la fiel sirvienta que entregó la botella y sirvió las copas, y hasta con el ladronzuelo que, por su expresión, parecía no saber ni pito porque tanta espera tortuosa.
Nadie dijo nada que pudiera servir. Sin embargo, eso no quiere decir que no había descubierto algo. Como alguna vez dijo Sherlock Holmes: “Cuando eliminas toda solución lógica a un problema, lo ilógico, aunque imposible, es invariablemente lo cierto”.
Decidí quedarme con la verdad para mí durante un rato más. No quería importunar más a la futura reina con una bomba como esa. Con lo de su padre y su show topless privado bastaba para ese día.
Para recaudar información pertinente a la guardia decidí acercarme a una cantina en el centro, una que, según descubrí, era frecuentada constantemente por los soldados del imperio. Si bien la mayoría de esos negocios se encontraban cerrados por la peste del duelo, el que se levantaba ante mí aventajó por mucho a sus contrincantes gracias a la popularidad que tenía con la milicia. Por eso no me sorprendió, para nada, encontrarme con Linbock, el nervioso recluta que me ayudó a escapar… sin querer.
-Eh, Linbock, que sorpresa -le dije apenas divisándolo en una mesa al fondo. Estaba solo, tomando sorbos lentos de un tarro de madera. Cuando supo de donde venía el saludo casi derrama su bebida.
-¿Qué demonios hace aquí?
-Refrescándome ¿Le importa si me siento? -no le di oportunidad de negarse a mi compañía. -Vaya caos el de esta mañana ¿no?
-Preferiría que se sentara en otra mesa.
-Y yo preferiría no tener que beber de esa mierda que tiene enfrente, pero como dijo mi buen amigo Jagger, uno no siempre puede obtener lo que uno quiere.
-¿Que le sirvo? -mencionó un hombre de aspecto nauseabundo. Deduje, como deducen todos los que creen saber todo lo obvio, que era el casero de esa taberna.
-¿Tiene alguna otra cosa que no sea cerveza?
-Vaya, vaya, pensé que la princesa se encontraba ocupada en el castillo, no aquí haciéndome perder mi tiempo… -contestó con sarcasmo. Si, pude notarlo. -Bueno, si a miladi le gusta el agua allá afuera hay una fuente y es gratis. Ahóguese en ella si puede.
-Hey, hey, tranquilo Brutus, me refería a que si tenía alguna otra cosa con alcohol.
El hombre le hizo una seña al sátiro detrás de la barra, este tomó una de las botellas de la estantería y la puso sobre la muralla de astillas, con un lindo vaso corto de arcilla.
Mi anfitrión fue hasta ella y me la trajo. Sirvió, conteniendo según él la risa, y brindé como si fuese 1999. Ardió cada mililitro en la garganta, pero se sintió como en casa.
-Deja la botella, por si me vuelve la sinusitis -le dije, invitándolo a retirarse. Linbock, que estaba en primera fila del show, no pudo más que desviar la mirada todavía más nervioso. Encendí un cigarrillo, clavándole los ojos a mi compañero de bebida. -Pasé al centro de auxilio antes de venir para acá, al parecer ninguna mujer llegó durante el espectáculo de esta mañana ¿no le parece raro?
-Se… seguramente mejoró de salud durante el traslado.
-¿Tuvo guardias de escolta?
-Algunos compañeros, si, pero ¿qué es lo que quiere? Si tiene dudas sobre las actividades militares puede dirigirse con el capitán Tavála.
-Ese hombre no es mi amigo… pero usted si lo es.
-Yo no soy su amigo.
-Oh, vamos, ¿después de todo lo que hemos vivido juntos? -le dije soplándole el humo a la cara y carcajeándome un poco. -La conversación, el pánico, la sumisión. Esas cosas no le pasan a cualquiera.
El pequeño soldado se levantó de golpe y llevó las manos en puño hasta la mesa.
-¡Si quiere burlarse, hágalo, pero no voy a quedarme aquí para convertirme en su broma! -Linbock, entonces, se encaminó a la salida.
-Sé quién es el culpable, Linbock, y sé también que usted no tiene nada que ver con esto -el hombrecillo se detuvo apenas unos pasos después de tenerme a su espalda. Me aseguré de decirlo en voz baja, pero no tanto como para que pasara desapercibido entre él y yo. Se dio la media vuelta.
-No lo sigo.
-Entonces escúcheme. Pero antes, hágame un favor y siéntese -Linbock estuvo indeciso un momento, pero regresó hasta su asiento. -Caray, no me haga esa clase de dramas, ¿qué va a pensar la gente?
-De qué diablos está hablando.
-Piénselo por un segundo, ¿existe realmente un lapso de tiempo en el que el asesino pudiera llevar el cuerpo del rey al obelisco, colocarlo en aquella extraña posición y huir sin ser visto? Le recuerdo que el rey es un hombre grande y robusto. Aún con la enfermedad, se necesitarían dos o quizás tres hombres para moverlo desde donde estuviera hasta ese lugar.
-El capitán piensa que…
-¡A la chingada con el capitán! -exclamé, sin darme cuenta del volumen de mi voz. Un par de soldados lanzaron injurias en silencio contra mi persona. Caminaba sobre hielo delgado. -A la chingada con él, Linbock, no quiero saber qué es lo que piensa él, quiero saber qué es lo que piensa usted.
-N…no, no creo que existiera la forma.
-Así me gusta. Y déjeme decirle que a mí tampoco me suena coherente. Según los planos que me facilitaron, solo había un espacio de diez minutos entre los cambios de turno y la distancia al monolito. Pero bien, siguiendo esa línea, ¿cómo sería capaz un hombre de hacer tal proeza?
-Sólo que no fuera uno, sino varios.
-Usted y su compañero iban a cambiar con los dos encargados del patrullaje de esa zona ¿no? Y según entiendo, el grito de la mujer se escuchó apenas unos minutos de empezar su rutina.
-Efectivamente. Yo quería empezar desde el obelisco, pero mi compañero, y los otros dos que ya iban a retirarse, dieron por segura esa zona y sugirieron iniciar la ronda desde la calle al este. No habíamos pasado las primeras cinco casas cuando escuchamos a la mujer. Pero dudo que ella pudiese incluso ser considerada sospechosa. Se le veía muy frágil.
-Entonces, ¿qué otra explicación puede tener?
-Solo que… -y fue ahí cuando Linbock dio en el blanco. Pudo apreciarse incluso el instante en que su mente se iluminó, pues rechazó de inmediato subir el tarro hasta su boca. -No puede estar hablando en serio.
-Necesito saber los nombres de esos tres soldados, Linbock.
-No, no, no… ¿Sabe acaso en que se está metiendo? La guardia real es la más importante entre las de otras naciones. El capitán…
-Baje la voz.
-El capitán… -susurró. -No es un hombre que deba tomar a la ligera. Él no tiene corazón como lo tenía el rey. Hay demasiados rumores que viajan por ahí…
-Ilústreme, Linbock. Tenemos alcohol para rato y un precioso lugar para ello.
-¿Cómo puede estar tan seguro de que no soy parte de la misma descabellada conspiración?
-Sigue aquí -y miré a mí alrededor, disimulando mi oscura curiosidad con la idea de buscar un buen sitio donde enterrar el cigarrillo. Uno de los soldados ya no estaba, y el otro nos observaba detenidamente desde el horizonte de su tarro desnivelado. -Aunque, al parecer, no todos están aquí. Bien Linbock, creo que tiene razón -saqué de entre los bolsillos de mi gabardina una bloc de notas y una pluma con ya muy poca tinta en su tintero. Garabateé algunas cosas con fuerza en el pulso y corté la hoja y la que le seguía a esa, colocando ambas sobre la mesa. -Creo que me he pasado de listo y, además, este no es buen lugar para hablar de esto.
Me levanté de mi asiento, regresando el bloc a su lugar y le extendí la mano. Linbock se quedó estupefacto, sin tomar las hojas de la mesa. El soldado apuró de un sorbo la cerveza y, como si no supiera de qué trataba el asunto, se nos acercó.
-¿Que tienen ahí? -preguntó llevando sus asquerosas manos a la mesa. Sin pensarlo dos veces le arrebaté la hoja con los garabatos antes de que pudiera tomarla de la mesa y le prendí fuego con el encendedor.
-Una disculpa por escrito, señor. Verá, siento tanta pena por mi comportamiento como por disculparme a una voz, así que tomé la decisión de hacerlo en esta triste hoja de papel. Desafortunadamente también siento pena de que alguien más, aparte del buen recluta Linbock, lea mis disculpas. Así que le agradezco su estúpida intromisión.
El guardia rechinó los dientes y desvió la mirada hasta la otra hoja, que estaba en blanco. Después, como si fuese entrenado para reprimendas sin pronunciación, le clavó con coraje la vista a Linbock.
El otro soldado, que se había retirado hace un rato, regresó con refuerzos.
-¡Rebuscador! El capitán Tavála solicita una audiencia con usted. Háganos el favor de acompañarnos -pronunció, cual inerte caballero a las puertas del Buckingham.
-¿Es de esas veces en que puedo decir que no? -el silencio me lo dijo todo. Cuando estuve a pie junto a mi escolta me volví al recluta Linbock. -Realmente lo siento, compañero, no quise humillarlo o lastimarlo esta mañana. No soy un mal hombre. Soy, como se dice de donde vengo, un diamante en bruto ¿sabe cómo es un diamante en bruto?
La boca del hombrecillo estaba abierta cual idiota que no entiende ni pío.
-Puro carbón, mi amigo. Carboncillo barato.
Y así, como si nada, me despedí por ese rato de él, rezándole a todos los ángeles que el bruto de Linbock entendiera la indirecta.
Quién sabe, con algo de suerte, guardaría el papel en blanco sobre la mesa, llegaría a casa, tomaría algo de carbón de la cocina y lo pasaría por su superficie, encontrando el mensaje que realmente quería darle.
“Espéreme en la biblioteca cuando el último rayo de luz del día haya escapado de los muros del sur. Vaya solo. Y realmente lo siento, Linbock, porque a partir de este momento he comprometido su vida y posiblemente la de su familia.”
Huevo duro y cigarrillos para el desayuno:
[ Escena uno: Tabatha en ningún lugar ]
[ Escena dos: Bill y su constelación de opciones ]
[ Escena tres: Samantha, valquiria, mi amor ]
[ Escena cuatro: Capitán Tavála en el centro del universo ]
[ Escena cinco: Dominica, la princesa que vivía entre la sombra y la pared ]
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