Escena cuatro: Capitán Tavála en el centro del universo
“Hablé con mi papá anoche.”
“¿Que te dijo?”
“No mucho, solo quería saber si me había involucrado en el asunto del maratón.”
“Todavía no calificas para operar en el campo, es solo su paranoia.”
“Lo sé, pero conoces a mi papá. No deja de decirme que me estoy metiendo en la boca del lobo.”
“Como si acá fuera más fácil. Por ejemplo ¿Supiste que Manuel estuvo atrapado dos horas bajo un escritorio hace un par de noches? Ahora tiene problemas para dormir.”
“La mierda es siempre mierda no importa de que lado estés.”
“Si, no manches, el pobre ya no quiere volver a la oficina por culpa de eso.”
“De todas formas no hacía nada. Veo más porno de él en su página que cuando realmente estoy buscando porno.”
“En casa no lo dejan, dale un respiro.”
“Un hombre debería masturbarse en paz, sin juicios de por medio.”
“Sabrá Dios. Por lo pronto me veré con él y su esposa pasado mañana.”
“¿Vas a ir con Samanta?”
“Si, de hecho ese es el punto de la reunión. Quiere arreglarlo todo antes de proceder.”
“Buena suerte con ello, gran jefe.”
“Nos haces falta acá.”
“Lo sé. Pero cualquiera con una pluma y lentes de sol puede cubrir mi lugar.”
“Entonces me pondré a reclutar a los morritos de secundaria que deambulan en el centro. Nadie notará la diferencia.”
“Ese es el espíritu, querido amigo, ese es el espíritu.”
Tallados sobre la aguja que se levantaba hasta el cielo, los antiguos reyes y reinas del pasado miraban sin emoción al público atemorizado que rodeaban la plaza principal. Tabatha fue la que me contó, horas después del atentado, que el obelisco se construyó tan alto para que al verse desde abajo pareciera que la punta se perdía en el infinito, exhibiendo así un pasado rico, un presente intacto y un futuro próspero.
El rostro de la reina, difunta y venerada esposa de su majestad, descansaba cerca del hombro del rey con las mejillas salpicadas de sangre y con la mirada fija al frente. Se le veía inquebrantable, como una testigo de crimen que no se inmuta por cualquiera. No eran sólo esos ojos de piedra lisa, eran también el semblante, el cabello estático, el frío roce de su piel, la corona caliza y la boca difusa. Era su exagerada intranquilidad ante el evidente asesinato de su esposo. Y eso me puso la piel de gallina.
Los guardias reales estuvieron de acuerdo conmigo que aquello no había sucedido al pie del obelisco. La sangre en el monumento indicaba una cosa, pero la que manchaba el cabello del rey ya estaba seca. Era evidente que el homicidio había sucedido en algún otro lado y que el espectáculo mañanero era un montaje. Algo para asustar a la población y demostrar que hay uno o varios dispuestos a hacerse notar como verdaderos monarcas de la corona.
Tuve que agradecer a Tabatha la inmediata intervención. En medio de la confusión llegué hasta el cuerpo evitando el sello real de las armaduras relucientes. Ansiaba estar cerca de la sangre, de la herida abierta, del actor principal. El incidente seguía vivo, respirando el mismo aire que yo. Ya no sólo eran las páginas de El largo adiós o Cosecha roja que se balanceaban en el morral bajo la gabardina. No eran las calles de Los Ángeles, con sus contrastes de buena y mala fama; ni tampoco el veneno de la gente en Poisonville, con la noche como aliada. Todo lo que sucedió en ese momento era Hamden de incógnito. Una primera impresión de gente consternada, una mediocre crucifixión, un sistema militar avergonzado, calles blancas de faroles apagados y Tabatha reincorporándose, como si algo muy dentro de ella le hiciera recordar que su trabajo era estar consciente.
Los soldados retiraron a la gente lo más que se pudo. Un círculo de llantos y lamentaciones se despejó para ayudarme a mí y a los otros guardias a revisar el cuerpo. Tabatha, como bien se mencionó antes, me ayudó a evitar una temprana decapitación por parte de los miembros de la guardia real, pero de todas formas no estuvieron muy de acuerdo de que un extranjero de ropas diversas y actitud arrogante manoseara los restos del rey.
Por un momento mis manos temblaron. Toda la ficción estalló en mi cabeza, con múltiples ideas y decisiones. Algo ahí debía ayudarme, pero la emoción no me dejaba pensar con claridad. De nuevo tuve intención de sonreír, pero estaba seguro de que cualquier mueca de satisfacción en mi semblante sería mi punto final. Y esta vez Tabatha no podría ayudarme.
-¿No hay patrullaje en esta zona? -pregunté al más cercano de los guardias. Este titubeó un poco, pero al notar el asentir de Tabatha allá abajo regresó a mí.
-Hay, en total, trescientos soldados custodiando la ciudad. Cien de ellos mantienen su posición en ciertos puntos. Diez en la entrada principal, diez en las puertas del castillo, ocho a principio del puente, y el resto vigilando los edificios públicos. Bibliotecas, universidades, caballerías, centros de auxilio, y otros tantos más. Los otros doscientos patrullan las calles en parejas -mientras decía esto me cercioré de la información observando el puente a espaldas del obelisco. Había seis guardias derechos y estáticos. -Mi compañero y yo somos los otros dos, por si se lo estaba preguntando.
-¿Cada cuanto pasan por el monumento? ¿Hay algún relevo de puestos?
-Cada diez minutos vuelven al punto de referencia, en este caso el obelisco. Y las jornadas terminan e inician cuando el primer y último rayo de sol se divisa en el horizonte. Es cuando hay menos gente en las calles y es más fácil encontrar algún posible atentado.
-Supongo que el incidente ocurrió durante el cambio.
-Una mujer mayor fue la primera en encontrar el cuerpo. Sus gritos alertaron al grupo que venía a relevarnos y a la multitud que puede ver por usted mismo.
-¿Donde se encuentra esa mujer?
-Desafortunadamente esa persona fue trasladada a un centro de auxilio. Parece ser que el impacto fue demasiado para ella y tras el pánico se desmayó en brazos de uno de mis compañeros.
-Mierda -contesté de inmediato. Saqué entonces uno de los cigarros maltratados del morral y lo encendí. Al guardia se le notó nervioso enseguida. -Relájese, es tabaco. Mejor acláreme algo. En el momento en que cambiaron turnos ¿no estaban los patrulleros cerca? y además ¿no notaron algo extraño en los alrededores?
-Negativo, en ambas cuestiones. No habían pasado ni dos minutos de haber estado aquí cuando la mujer dio el grito en el cielo. Antes de ella el lugar estaba… estaba desierto.
-Vamos a necesitar un mapa de la ciudad. Hay que delimitar el perímetro y las posiciones de cada uno de los caballeros en el mismo.
-Esa información no le concierne en lo absoluto, forastero -exclamó una voz detrás mío. Un hombre alto, de rubio cabello y garganta reseca se abrió paso entre la multitud, ayudado por los otros soldados. Tabatha corrió escaleras arriba hasta colocarse entre él y yo.
-Este hombre viene conmigo, no es necesaria cualquier hostilidad.
-Doncella Tabatha, usted no tiene jurisdicción frente a mis hombres. Ahora la única persona que puede dar ese tipo de órdenes viene en camino. Y créame, no le va a gustar que esté ayudando a un extraño a convertir a su padre en un mórbido ejemplo de crimen público.
La chica, por tercera vez, se llevó las manos al pecho. El tic tac se sincronizó con los latidos del corazón.
-Relájese, jefe, solo intento hacer un servicio público aquí -dije yo, dando un paso al frente. Era difícil notar alguna mueca de disgusto entre toda esa barba amarilla; pero estaba seguro de que estaba ahí.
-Escuché muy bien los últimos detalles de su conversación con el guardia Linbock. Debo decir que tiene un buen ojo para estas circunstancias.
-Me gusta leer.
-Para su desgracia no hay mucho material de lectura en el calabozo del castillo. Llévenselo antes de que venga la princesa, quiero evitarle un disgusto adicional al que está a punto de ver -ordenó el hombre, dirigiéndose a mi antiguo compañero de charlas. Este se me acercó y me puso una mano sobre el hombro, a mis espaldas. -Si le sirve de consuelo, comparto sus ideas a proceder en este caso. Pero esa forma de pensar no puede venir de un simple hombre de pueblo. Vamos a sacarle toda la información posible.
-No me diga… -me volví a Tabatha. -No debe ser tu día de suerte, doncella, la cuota se sigue incrementando día con día. Espero que sepa cumplir con su palabra.
Mientras bajaba por las escaleras vi a los soldados de la barricada alejar a la multitud a golpes y empujones. Algunos se fueron en paz, temerosos por la presencia militar, pero otros más, embravecidos, lanzaban injurias contra las agresiones.
-Linbock, oye, eres nuevo en las filas ¿no? -le pregunté a mi captor. La saliva se le atoró en el pescuezo.
-N-no es de su incumbencia.
-Eso pensé –cuando estábamos cerca de los hombres y mujeres iracundos del pueblo me di la vuelta golpeando con la mano izquierda el puño derecho del soldado. Su espada cayó al suelo. Lo empujé cerca del pecho haciéndolo caer sobre su espalda. Tome la espada y la apunte al pequeño espacio de carne expuesta entre la malla de mitril y el mentón partido.
La gente aprovechó el incidente para atacar a los soldados confundidos. Una marejada de quejas y puños al aire se acercaron rápidamente a las escalerillas que daban al obelisco.
El hombre de barba me observó desde ahí, posiblemente mordiendo sus labios entre la mata rubia.
-¡Deténganse ahora mismo!
Y la plaza se hundió en el silencio.
Todos los ojos que existían en ese espacio-tiempo se dirigieron hasta la mujer con la mano apoyada en el obelisco. Tabatha, al verla, se inclinó, con la mano sobre el corazón y los ojos cerrados. El resto la siguió enseguida.
-Capitán Tavála, ¿puede decirme a que se debe este desastre de contención? ¿Que no le basta con la herida abierta en la cabeza de mi padre?
-Su majestad, lo… lo lamento -la mujer se le acercó.
-Ordene a sus hombres que se retiren -siguió, ahora dirigiéndose al pueblo bajo su nariz. -¡Mi querido Hamden! ¡Esta mañana despertamos heridos y de luto! El rey no debe ser recordado como lo han presenciado sus ojos. Él nunca será el hombre que yace sin vida en este momento, sino el hombre que dirigió una nación con humildad, liderazgo y un buen corazón. Él es la sombra blanca frente al trono. La corona por encima de las coronas. El calor que recorre cada uno de los cuerpos aquí presentes ante el primer rayo de luz en la ventana. Insisto, ante todos, que este hombre detrás de mi no es el rey. El rey murió durmiendo, soñando con el futuro de Hamden y de cada uno de los pueblos que conforman el reino ¡Y así tiene que conservarse su memoria!
El disgusto, tras las últimas palabras, se convirtió en vergüenza y palabras ahogadas. El alboroto se marchitó, poco a poco, derramando algunas lágrimas en el camino.
-Ahora, les pido, por favor, que permitan a esta humilde servidora de Hamden, honrar a su padre de la misma forma en la que se los he pedido. Mantengan la calma, quédense en casa, abracen a sus padres, hermanos, hijos y esposos y crean mis palabras, este acto de salvajismo no quedará impune. Muchas gracias.
Los aplausos se escucharon desde el balcón más alejado hasta la cercanía de mi persona, en esa niña que se limpiaba las lágrimas en el borde del faldón. Esa era, sin lugar a dudas, la hija de un rey.
Las personas regresaron sin chistar hasta sus casas con algunos mocos atorados en la nariz. Tiré la espada al suelo y encendí otro cigarro. De nuevo pensar en que solo-uno-al-día podía irse a la chingada. Me acerqué de nuevo al obelisco y Tabatha se apresuró a presentarme.
-Mi señora, este hombre viene desde muy lejos bajo mi protección. Le pido mis más sinceras disculpas por actuar a sus espaldas, pero su seguridad lo es todo para mí y confío en que este hombre, rebuscador de profesión, pueda ayudarnos con todos los eventos sucedidos de unas semanas a la fecha -exclamó ella sin mirarla a los ojos. Tenía inclinada la cabeza al suelo, sin soltar los dedos del contorno invisible del corazón.
La princesa, sin embargo, le sonrió con ternura. Pasó su mano bajo el mentón de la doncella y se lo levantó hasta encontrarse en su mirada.
-Mi dulce Tabatha, no debes apenarte por esto. Confío en ti más de lo que confío en la mayoría de mis hombres. Sé muy bien que nunca harías algo que me perjudicara -Tabatha le devolvió la sonrisa y le agradeció el comentario. Entonces la princesa se volvió a mí. -En cuanto a usted, rebuscador, que confíe en mi doncella no significa que confíe en usted. Necesito alguna prueba de que lo que hace pueda servirle a la causa de estos incidentes.
Lancé una bocanada gruesa de humo blanco. Recordé por un segundo como iba la tonada de I’ve got you under my skin y la hice sonar en mi cabeza para mi respuesta.
-Bueno, para empezar, se que usted y la doncella Tabatha guardan una relación más allá de la de empleado-empleador -todos callaron y una cuarta vez del tic tac haciendo boom boom en el pecho. -Amantes creo que sería la palabra más adecuada, si me permite la indiscreción, por supuesto. Majestad.
Y I’ve got you deep in the heart of me…
Huevo duro y cigarrillos para el desayuno:
[ Escena uno: Tabatha en ningún lugar ]
[ Escena dos: Bill y su constelación de opciones ]
[ Escena tres: Samanta, valquiria, mi amor ]
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