El escenario quedó vacío,
sordo y desafinado,
mientras a lo lejos Sísifo carga una roca
hacia la cima de una montaña.
Bajo sus flancos yace la lenta agonía de una eternidad cíclica
que condena la palabra.
Solo se escuchan sonidos confusos
de vagos intentando olvidar la ausencia de dulces voces divinas.
No hay escapatoria, solo hace falta esperar…
¿Y qué más queda?
Hablar para no estar sumergido por la nada,
mantener un contacto,
un hilo que se tuerce al tocar las almas caídas,
un filamento de vida perdido en el corazón de los condenados.
En aquellos mundos sin sentido ni transcendencia,
una crueldad sin nombre declama su ruina
iluminando a los ojos que se enfrentan a ella,
los sensibles jueces
que se dejan conquistar por el resplandor del actor
en los abismos de la absurdidad.
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