Huevo duro y cigarrillos para el desayuno (I)

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Escena uno: Tabatha en ningún lugar


“Esos son muchos cigarros para una sola persona ¿Debería preocuparme?”

“Sólo si la policía fronteriza se enterara. Tal vez no llegue a la primera plana, pero creeme que buscaré llegar al segundo cuadro de la página de Seguridad.”

“Muy bien, en todo caso serían mil quinientos por los cigarros, doscientos por el libro, ciento cuarenta y siete por la botella de whisky, dos pesos por los chicles y esta conversación nunca sucedió.”

“Me parece perfecto. Aquí tienes.”

“¿Negocios o placer?”

“Ninguna de las dos.”

“¿Papel o plástico?”

“Mierda, esa si está más difícil, pa’ que veas.”

“Lleva plástico, el papel se vería muy sospechoso. No se que tiene el plástico que parece más familiar. Tal vez porque no hay muchos padres de familia saliendo de los Aurrera con la despensa en bolsas de papel.”

“Mil gracias. Bien, en marcha.”

“Mucho cuidado en el camino, Dick Tracy.”

“Muy graciosa. En serio, deberías revisar el periódico de mañana, por si las dudas.”

“Lo haré. Vuelve pronto.”


Tabatha llegó a hasta mí como los que buscan una flor de cristal sobre las tempestuosas cordilleras lejanas o como buscando a ese viejo y sabio ermitaño que vive aislado en un bosque de maleza: desgastada y con los ojos llenos de estrellas.

Reconozco que el golpe a mi puerta me hizo saltar de la silla. No eran horas adecuadas para un trabajo cotidiano y no estaba familiarizado con las visitas sociales, más que nada, porque yo no entendía muy bien ese concepto de vivir en sociedad.

La mujer, en cambio, no parecía dispuesta a adecuarse a los horarios ajenos. Haciendo un charco bajo la sombra de su vestido azul, estaba más comprometida con no soltar el marco de la puerta con cada mano en cada puerto, aún después de notar que no me sentía inmutado por los sollozos de auxilio. Su figura, de todas formas, era impresionante al contraste de la luz de los rayos y la oscuridad de la pieza.

Si la invité a pasar no fue para evadir la culpa de dejarla sola allá afuera, bajo la tormenta y a la mitad de la noche; más bien quería evitar un disgusto con los vecinos de la aldea que condenan enseguida la inmoralidad de una señorita tocando a la puerta de un hombre solitario, muy cerca de las dos de la mañana. El perfil bajo se me había adecuado bien y no tenía intenciones de arruinarlo todo por un capricho secundario.

Dibujó así la dama un camino de fango y sudor mimetizado conforme la acercaba a la chimenea de la salita  y sin dejar de agradecerme por el recibimiento inesperado. Por ello, no me quedó de otra que atender la situación facilitándole enseguida ropas limpias y mi discreción mientras se cambiaba ahí mismo, pasando yo directamente a la cocina.

Era claro que le hacía falta auxilio por lo poco que pude apreciar en el lapso entre Tabatha allá afuera y Tabatha cerca del fuego. Llevaba la ropa hecha jirones y venía empapada de pies a cabeza, con la piel adornada por golpes y caídas que seguramente había recibido en el camino. Por lo que alcancé a escuchar durante su desnudez y las ropas en el suelo, la travesía de varias semanas había hecho estragos con su suerte, obligándola a perder transporte, asilo y, en algunas ocasiones, hasta su buen comportamiento, lo que claramente explicaba los horarios de visita.

Me hice a la idea de evitar involucrarme demasiado, todavía antes de comenzar con la entrevista y desconociendo por completo la razón de la visita. Una persona cuyas complicaciones parecen perseguirla solo generará más problemas para esta y el resto de los allegados. Es muy fácil confiar en la gente y en lo que dicen en determinadas circunstancias, pero es todavía más fácil mantener cerca a ese fantasma de la incredulidad y escepticismo cuando no se sabe nada del otro personaje y este sabe mucho sobre ti, que era exactamente lo que sucedía con ella.

Sin que Tabatha pudiera saberlo, ya me había regalado la primera de una larga serie de extrañas cuestiones que serían muy importantes más adelante y era esta: ¿Porqué yo? ¿De que boca insensata había escuchado mi nombre como para recorrer tanta distancia? Contrario a lo que nos quieren hacer creer, es indispensable juzgar a un libro por su cubierta. Si bien la mujer podía estarme ocultando un mundo de verdades detrás de un mundo de mentiras, era evidente que tenía problemas. Así de fácil. Un juicio rápido, justo y desinteresado guiado por las primeras interpretaciones del suceso en particular. Y cualquiera que me conozca en este plano en específico sabe bien que no tengo más talentos que el que sabe observar y distinguir. Así que ¿porqué yo?

Mientras calentaba el té sobrante de la tarde para la reunión nocturna, Tabatha terminaba de cambiarse y satisfacía su curiosidad revisando las estanterías que hacían juego con las paredes de la pieza. Mencionó, de forma involuntaria, no reconocer ninguno de los libros que dormían desorganizados ahí de pie.

-Vienen de un lugar al que no podré regresar jamás –y aclarando eso la pobre y frágil mujer se dejó caer en la silla más cercana, colocándose la mano derecha sobre la mejilla, ruborizada.

Después de disculparse por la clara intromisión personal, y a los dos sorbos de su taza de madera, el asunto se presentó adelantándose de un golpe a mi pregunta principal, no sin antes cerciorarse de que el nombre que había escuchado me pertenecía.

-Lo que voy a decirle en este momento no puede salir jamás de este lugar. Aún cuando reconozco que los detalles generales ya se han esparcido como humo entre la población, hay algunos aspectos que prefiero mantener en privado por razones de seguridad. Si acepta esto, también debe estar dispuesto a tomar mi caso en sus manos.

Ahora, no solía aceptar nuevos trabajos a la velocidad en la que se presentaba el problema, y es que los trabajos previos, patéticos y ciertamente inútiles, no representaban mucha carga para mi. Una que otra vez el cliente era al que debía yo convencer puesto que la fama de un trabajo inexistente en este preciso tiempo y espacio era casi nula. Pero Tabatha era de las que podían perder el control de su labio inferior por el miedo y la incertidumbre, y aún así mirar de frente sin preocuparse porque el lienzo en el fondo de repente se prendiera en llamas.

No estaba muy seguro, pero asentí sólo para calmarme la sed curiosa. Y la siguiente frase de la señorita en casa realmente llenó hasta el tope el vaso con agua, haciéndome olvidar dos años seguidos de búsquedas animales, tesoros perdidos y persecuciones adulteras.

-La princesa, Dominica, morirá muy pronto, mi señor.

La conversación duro cerca de una hora y media, con pausas breves para el llanto, el pánico y el té caliente bajando por la garganta. La voz estuvo a varios cortes de perderse en el camino, sin embargo logré reconocer a grandes rasgos la naturaleza del conflicto, misma que explicaré a continuación.

Para empezar, no es ninguna novedad la delicada condición del rey Famir de unos años a la fecha. Mientras unos han velado por su salud y bienestar, otros están más intrigados por el futuro del reino en general.  La princesa, Dominica, es por regla la primera y única opción para heredar el trono, y ha demostrado ser una gran sustituta como líder monárquico mientras su padre continúa deteriorándose sobre el bastón. Usualmente, el cambio de administración inicia con la muerte de su majestad, pero el proceso ha tenido que apresurarse y eso solo significa que podríamos estar cerca de tener una reina incluso antes del deceso.

Los motivos por los cuales no ha llegado todavía ese día Tabatha ha decidido omitirlos, en parte porque, según ella, no son problemas inmediatos. Habiendo entonces planteado la presente situación, no es sorpresa que en un cambio tan importante existan ciertos atentados, impulsados por la fragilidad del momento y el desequilibrio. La seguridad en el castillo, por obvias razones, ha sido reforzada. La princesa está consciente de los peligros que la acechan, a veces en los alimentos y otras a través del presentimiento de una sombra sutil que corre a sus espaldas, por lo que ha convertido a su propia persona en una fortaleza impenetrable de mano dura y presentimientos acertados.

Todo parecía ir en buena dirección, hasta hace un mes aproximadamente, cuando sucedió el primero de los siniestros.

A las ocho de la noche, hora exacta sin excusa de falta, en la que se da la cena real, la princesa se sentó junto a su padre y comenzaron los alimentos previamente analizados. Después de ello trajeron el vino y, tras la catación oficial por parte del credenciero, el rey y su hija bebieron brindando por un próspero futuro, un próspero reinado y una próspera salud. Hubo algunas risas, incluso se dijo que en parte el bueno humor venía de una ligera mejoría del gran señor.

Pero, de repente, la copa cayó al suelo. No de la mano del rey, sino de la joven y futura emperatriz que de un momento a otro se asfixiaba  golpeando su cabeza contra la mesa.

El pánico predominó como era de esperarse, pero el episodio terminó bien, sin ninguna baja que declararle al pueblo. La princesa, una hora después del altercado descansaba en cama asistida sólo por la doncella personal y se le dijo a la gente que no había nada de que preocuparse, que solo había sucumbido ante una tenue indigestión y que para el día siguiente regresaría a seguir con sus mandatos. Una mentirilla blanca que aseguraba la tranquilidad.

Obviamente los arrestos no se dejaron esperar y desde el cocinero y el credenciero hasta el encargado de los viñedos, todos ellos, terminaron encerrados en el calabozo.

-Pero ese no es el problema –replicó Tabatha con los ojos ahora llenos de fuego, cuando la última braza se extinguía en la chimenea. -Lo extraño es que nadie, además de la princesa, sufrió el mismo percance. Hicieron traer a un vulgar ladrón de la prisión subterránea y lo obligaron a beber del mismo vino desde la botella, usando también la misma copa y hasta orillándolo a ingerir la servilleta con la que la princesa se había limpiado la boca tras el sorbo. Y no-sucedió-nada.

-¿Y qué tipo de veneno fue?

-Ni siquiera sabemos si fue un veneno. Con el halo de misterio que rodea el ataque, algunos de los consejeros de su majestad creyeron que de hecho se trataba de una advertencia para una maldición mayor. O un hechizo, propiamente dicho. La familia real tiene diversos enemigos dentro y fuera del reino.

-Si eso fuera cierto estarías hablando con uno de esos estúpidos chamánes o con una sacerdotisa, no con un rebuscador.

-Algunos caballeros del reino están en eso. Se han contratado hasta mercenarios y se han ofrecido ridículas recompensas. Pero yo no creo en esas cosas de la magia y hechicería. O mejor dicho, estoy a favor de ver el problema a través de otros ángulos.

-¿Y quién es exactamente usted que dice venir desde tan lejos para ayudar a la hija de un rey? Uno que claramente muy pendejo como para creer en algo más allá de la magia y la superstición, por cierto –entonces la mujer se levantó de la silla, clavándome los ojos desde las alturas.

-Mi nombre es Tabatha, mi buen señor, soy la doncella personal de la futura reina Dominica y demando que se trate con respeto el nombre del rey Famir y su hija cuando se traiga a tema.

Y  con eso el vapor de las tazas se esfumó en el aire.

*   *   *   *   *

Para las cinco de la mañana, cuando las aves empezaban la molesta melodía de presagiar el día siguiente, Tabatha se encontraba profundamente dormida en mi excusa de cama. Me hubiera gustado proseguir con las preguntas, pero lo que le hacía falta a esa mujer era el calor de las cobijas; y lo que a mí me faltaba era repasar los libros de estudio que traje conmigo mucho tiempo atrás. Aunque la época y los personajes eran distintos, las dimensiones del caso compartían similitudes con algunos trabajos de profesionales de la materia.

Esa madrugada me fumé dos cigarrillos, rompiendo la regla de no-más-de-uno-al-día para no desperdiciar los pocos recursos. Por suerte, y como dije, Tabatha dormía. No tenía intenciones de inventarme otra vez la misma historia que llevaba diciéndole a los aldeanos desde hace un par de años.

Pero que más da, me sentía motivado, las manos me temblaban sin compartir la pena o el sufragio de la doncella, pues lo mío era euforia. Era la primera vez en mucho tiempo que tenía ganas de declamar la poesía citadina de La Voz, con su muy elocuente I’m gonna live till I die, I’m gonna laugh ‘stead of cry, y eso era decir demasiado.

Me vestí enseguida. Aún a riesgo de llamar la atención saque las ropas buenas del cofre cerrado que guardaba junto al librero. Me puse los pantalones, me abroché muy bien los tirantes, le quité un par de arrugas a la camisa y le saqué brillo a los zapatos mocasín. Después recogí algunos de los libros y los introduje en una morral de cuero que me había regalado el curtidor por un trabajo previo. Estaba claro que yo podía hacer la labor que me estaban encomendando, pero deseaba estar lo más cerca de esos libros como fuera posible, para cualquier inconveniencia o cualquier momento de aburrimiento. Acepté el caso, al final del juego de preguntas y respuestas, más por pasión que por salvar a cualquier reino del fracaso. Y se lo dije a Tabatha. Se lo dije de frente mientras discutíamos mis honorarios.

-El dinero no importa si está dispuesto a llegar hasta el final –dijo ella como punto final, como un largo y decepcionado punto final. –Tampoco me importa mucho bajo que modelo de inspiración trabaje usted, mientras trabaje bien.

Fui hasta la habitación y puse unas cosas más para el viaje: tinta, un par de plumillas, un cuchillo (también presente de un buen cliente), la botella de alcohol, las cajetillas de cigarros; y mientras echaba una ojeada al bulto sobre mi cama, saqué con cuidado la Colt 45 de la que estaba tan orgulloso desde que la adquirí en una casa de empeño gringa. No era exactamente de mi época favorita, pero en este extraño mundo nadie iba a notar alguna diferencia.

Revisé el tambor y le di el visto bueno a los cinco cartuchos restantes. La escondí en mis ropas y procedí a despertar a Tabatha. Si queríamos evitar la mirada viperina de los cuchicheantes lugareños tendríamos que salir antes de las primeras actividades de los mismos. Y fue ahí que pude contemplarla con mayor detalle. Tal vez la lluvia, el lodo y las heridas sobre su cuerpo hacían ruido sobre el cuadro de la venus sobre mi cama, pero Tabatha era, sin lugar a dudas, una mujer muy hermosa. De largo cabello negro, piernas largas y labios rojos naturales, era difícil situarla con algunos de mis complejos de lectura nocturna. Su piel era blanca, lo que hacía resaltar más los daños del camino. Su busto muy bien desarrollado, que terminaba por acentuar sus caderas perfectamente. Sin el miedo y la desesperación en su mirada, brillaba como una moneda nueva de diez pesos.

Al final sonreí por el gusto de saber que en cualquier lado existían los inquietos al dormir que no pueden dejarse las cobijas encima. No es que sea yo un mirón de la materia, pero ese accidente me hizo ver a Tabatha en una perspectiva diferente.

-Hey, debemos irnos -le dije de repente colocando mi mano sobre su hombro al descubierto. Por primera vez en esa noche sentí pena por ella, porque el escaso sueño no se lo deseaba ni a mi mejor enemigo.

Asintiendo más con la cabeza que con las razón de su voz tenue, Tabatha se levantó. Se pasó algo de agua sobre el rostro y me acompañó hasta la salida. Ahí saqué del armario un sombrero de ala ancha y una gabardina demacrada que venían guardando polvo y tiempo.

Y, mientras cruzaba el umbral de mi oscura y gris choza, no pude evitar salirme un poco del personaje, riendo suavemente entre dientes al mismo tiempo que me colocaba el sombrero sobre la cabeza y subiendo el cuello de la gabardina, aún y a pesar de la mueca curiosa de mi compañera.

Al fin y al cabo ¿no harían Marlowe o Spade lo mismo en mi lugar?


 

Huevo duro y cigarrillos para el desayuno:

[ Escena dos: Bill y su constelación de opciones ]

[ Escena tres: Samantha, valquiria, mi amor ]

[ Escena cuatro: Capitán Tavála en el centro del universo ]

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