En este día con su noche ceñida al cuello,
en esta esfera de polvo a la que las estrellas han prometido bajar,
no sé cómo nombrarte con tu nombre que me viene como un espectro de siglos,
no sé cómo descifrar tu rostro sin veredictos del tiempo.
En cuál otro día con su cascabel de aguas nocturnas y sus piedras bruñidas por la clemencia de las estrellas
no vimos y arrastramos aquel destello.
Hoy no he sabido como nombrarme, como verter mi rostro en el día, mi cara sin edad
que se presiente historia de otros muchos espejos, atrás en el tiempo.
Entre melodías del tiempo un dejavú papardea en la oscuridad,
cuántos hemos sido, algo así como dos niños que juegan a las escondidas en las olas,
y entre perlas, danza de gaviotas y algas se bautizaban por primera vez al misterio.
Jardines entre espuma, rosas plateadas arrastradas por la luna entre risas y cantos
de una nueva luz nacida de la música, desnudaron nuestros cuerpos.
Un vago recuerdo de querubines hechiza la niebla de esta noche mendiga y solitaria en la
que el frío desata su plegaria de vientos en mis órganos fríos.
Pachelbel se reproduce en el tocadiscos, la inocencia de los violines,
los rincones deshojados, y el frío jugando con el fuego de la virginidad
me calientan las manos. Pienso en que aún no sé volar, y que sería increíble
irme al alba a practicar como quien quiere llevar un poco de polvo de aquí al espacio.
En este día con su noche enroscada al sexo, en esta esfera de fósiles de astros
con fervor de vida deslustrada que sé yo de recuerdos desconocidos que me abordan en la cocina,
qué hilos de agua me besan las manos con una devoción ignorada.
Hoy al mirarme al espejo no supe como nombrarme, cómo descrifrar los misterios
que solía comprender en unas cuantas palabras.
Entre estas luces de música, tu sombra constante, y tu brumoso beso,
un escalofrío me arrastra al mar, a las enérgicas olas de este día, algo así como dos niños,
que jugando se ocultan en su propia isla, en la muerte y el renacimiento de la arena,
en caricias que no saben volar pero confortan como una hoguera, en besos que no saben quemar,
pero no tienen edad, y suaves como palomas se acurrucan en la herida hasta hacerla descansar.
Pachelbel se reproduce en el tocadiscos, la inocencia de los violines me hace pensar
en una caricia que no puedo sentir…
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