La noche me tiene en su baúl, envuelta en punzantes sedas,
y con sus besos me besa en el sueño desnudo.
Tú no estás con el sol, pero tu presencia recrea los espacios, moldea los espejos
y les regala caminos hacia adentro.
Las ventanas y las puertas se abren en sus luminosas siluetas para abrazarte.
El camino para reencontrar tus labios es oscuro
aunque las cenizas de mi alma vislumbren el fuego sangrante que dibuja el sendero.
Tu olor es el olor del muerto, del rey que gobierna las comarcas putrefactas del aire,
mas tu esencia abierta en sus cadáveres de gardenias habita mi nariz, frasco errante y persistente del tiempo
que conduce hacia los umbrales de tu piel remota y anclada sobre el mar de algún recuerdo.
Rojo es el camino de esta oscuridad, como tu cuerpo largo que promete un beso al final con
sus banderas de jornadas azules, un beso remoto, enredado en las pestañas de las nubes,
escondido en la mirada.
Ardiente es este sendero que piso hacia tu opaco recuerdo, entre árboles envueltos en luz
todo parece darle sentido a las tinieblas de pensarte justo antes del inesperado y fugaz resplandor
que no reconoce identidades.
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