“El punto pertenece al estrecho círculo de los fenómenos cotidianos con su nota tradicional: la mudez”
Punto y línea sobre el plano, W. Kandinsky
Ningún lugar permite la colindancia cósmica que nos hizo despertar del primer sueño, pero ciegos a la recomendación del primer soñador asistimos a los esquinas y a los centros para remediar nuestro propio malestar como hienas que saciaron su hambre pero que aún pueden comer más, nuestro frente siempre se ha titulado, los nombres se barajean como cartas que hacen honor al primer trazo, desde luego, en todas ellas las esquinas se doblan con el único propósito de esconder un sendero de línea que realmente nos obligue a cobijarnos en ella, casi no había notado el inevitable hecho de que todos caemos desde nuestra propia escalera, los raspones y las heridas son temporales, pero lo que dura pá siempre es la simple razón de nuestro andar entre, ni tan cerca del abismo, ni tan lejos de la gloria que se patentiza en la sagrada instancia, siempre entre.
Con tal lucha lidiamos, lidiar yace amortiguado por el sentido que ocasionalmente aparece, pero todo aparecer juega a ser manifiesto, como si pudiéramos vivir de puras sentencias, llevamos tras nuestra propia libertad, una ligera condescendencia al fallecer que al final viene a cuidarnos del triunfo cósmico de la eterna posición del entre, tan vivos pisamos sobre lejanías que la más profunda cercanía, nos hace sudar. A mi me sonroja, mi “rojez” vira en la agonía del otro que olvida su lugar en el entre. Siempre que pudiera olvidarme de aquella permanencia, podré en algún [ . ], acostarme sin preocupación con el rey-punto, mientras la línea podrá seguirme persiguiendo, atravesando, aunque entre la calma del punto y la dinámica de la línea, la segunda te hace sentir mucho más cerca de la flor que chilla en silencio; aroma cósmico que habita más lejos del sudor que hace temblar tu cuerpo, entre una y otra, el cuerpo siempre querrá ser aroma ausente del mundo.
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