Tanto tiempo sin saber que existías, sin recordar las fisuras perfectas de tu rostro
y de pronto emerges de la sombra y de las calles como un fantasma que regresa al mismo
sitio donde un beso reafirmó su existencia.
De pronto así y te encuentro en la multitud del metro, ahogado y con los ojos perdidos en los
pasadizos de la tarde.
Entre esa multitud que marcha hacia el horizonte vas tú, como una parte de mí que se pierde para
siempre y que me arrebata el instante de encararte y de que volvamos a existir el uno para el otro.
Ella iba contigo sin zapatillas de cristal ni vestido de nubes ni labios rojos como la sangre de mis
cabellos. Ella iba como un azabache en la noche, como un corazón en está en lo profundo
herido por las estrellas y era tu reina, tu rostro y tu musa porque existía contigo y para ti y sus pasos
cobraban vida porque iban con los tuyos.
Yo ya no existía, para ti porque no podías pronunciar mi nombre en la multitud, mi nombre con
su rostro oculto en los días y enterrado en los sonidos.
Y pensé en aquellos momentos del tiempo en el que estuvimos vivos el uno para el otro
y yo era la mujer de arena que se escurría en tus manos y tú esa arcilla que esculpía
para darle forma a los delirios de la noche.
Hoy no existes tú tampoco, sino como una oquedad en mi pecho que el fatasma del mar ha poblado
con su espuma de gritos, con tu nombre enterrado en los caracoles y tu piel hecha roca
en busca de su muerte definitiva en el polvo.
Fuiste un ser lleno de lágrimas, una esfera de lluvia, un corazón edificado con el sudor del sol.
Una parte de mi se ha borrado para siempre con el olvido de tus ojos y con el olvido de mi pecho
de tu pecho que ya no recuerda como late tu corazón.
Somos recuerdos, existimos porque alguien nos nombra y define nuestro rostro
en el desfile de las multitudes.
Somos recuerdos, el eco de un momento que se ancla al pecho y hacemos nuestro
por no sentirnos desposeídos.
Ese ser vacío que ahora sustituye al hombre que amé sólo existe porque lo puedo recordar
vivo dentro de los pliegues del corazón, pero mañana no estará sino como la sombra de la sombra
de otros recuerdos hasta que tu imagen en las playas del alma quede borrada por las luces del
horizonte.
Me pregunto si todo lo que fuiste existió realmente, si fue real que construiste torres en mi cuerpo
con campanas mudas.
Algo de mi nunca más existirá, es ese trozo de existencia que eras tú.
Si me olvidas algo de ti ya no andará contigo, eso que era yo y doné a tu vida
como un útero.
Si a veces existes como ahora es porque tu nombre se ha anclado a mi lengua
y tu sombra se sujeta a mis lágrimas cuando profundizo en los cuerpos celestes.
Si existo es porque a veces me nombras en sueños y porque puedo palpar el llanto de mi piel
y porque alguien más que no eres tú me nombra y la da sentido a mi cuerpo más allá de ser una
maquina de la multitudes y porque en sus labios y y en los umbrales de su mente mi nombre
se inscribe como un útero.
Se desvanece el instante como un rayo que herido se recoge ante el golpe de la oscuridad del olvido,
de ese sentimiento de sentirnos ajenos.
Las olas de la noche ya caen sobre la multitud y vuelca al mar
de la extreñeza. Casi chocamos como dos espectros que en el mundo de la muerte han olvidado su
identidad y no te vi, no me viste, nos existimos. Nuestras manos fueron manos de ceniza que se
que se abrazaron el corazón. Un sólo corazón, el de la multitud sin nombre.
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