Rita y Augusto (2) En ese mismo día y hora en un salón modesto de la parroquia de San Judas Tadeo, en la otra parte de la ciudad de México se encuentra una reunión sencilla con platos de plástico, sándwiches, refrescos de sabor, panqué, papas fritas, una caja de galletas; y una treintena de personas de todas las edades. Uno de los asistentes dice: −Atención, quiero decir unas palabras a Rita. Nos da mucho gusto que tengas esta oportunidad de tomar este crucero; es una recompensa que Dios te da por todo el trabajo que has hecho aquí en la parroquia y por ser una excelente maestra. Desde que te conozco nunca he visto que tomaras unas vacaciones. El dinero que te llegó providencialmente de tu tía, no tuvo mejor aplicación que este viaje –Rita se sonroja y susurra: “no fue mucho.” Todos se ríen− Bueno, nos da gusto que te hayas decidido ir, que lo disfrutes y aquí te esperamos con otra reunión de bienvenida –todos se vuelven a reír−. Ahora a disfrutar de esta convivencia, que fue por cooperación de todos los que te queremos. −Muchas gracias, −se levanta Rita de su asiento y dice−: les confieso que nunca he viajado sola, todos los viajes que hecho, los he hecho con ustedes, mis amigos y hermanos. Recen mucho por mí para que me vaya bien. No sé cómo acepté este viaje, pero solo es de nueve días, y se pasan rápido. No sé qué más decir. Gracias.
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