Caen mis años en el reloj de cristal,
en las arenas de sus desiertos y se siembran en las heridas de sus sueños páramos.
Caen gramo por gramo copos de arena, particulas de estrellas y crece una flor que quiere ser árbol.
Año tras año en el reloj de arena me pierdo, caigo en su espiral como una duna de cenizas
y mis huesos son lluvia que empaña su vidrio.
¡Que reloj de arena en el que ando o más bien vaga mi cuerpo que recoge del polvo semilla tras semilla!
Me pierdo en sus escaleras de dunas mientras mi alma cree que asciende
y de las yermas cicatrices de mi cuerpo surgen las espinas.
Flor que quiere ser árbol pero que en su corola exhibe espinas
que andan con su cruz a cuestas por los jardines del mundo.
Arena, fósil del mar que quiere retornar a la vida,
polvo errante entre multitudes de cuerpos que caen en la matriz del tiempo,
cristal soplado, cristal deshecho.
Recogo el café de mis pies y de mis uñas y lo siembro poco a poco en los campos de la vida
y el tiempo canta las melodías presas en las cuerdas de un reloj.
Un año y otro año, justos se dan las manos y se presipitan al abismo, al dios de arena
¡Ya pasó una hora, pronto pasará la vida!
Oh, cuanto deseará mi alma entonces su grano de arena en el fondo del mar
y ser el árbol que abraza las rocas del hondo camino de Dios.
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