Sentémonos amor mío a escuchar a Dios,
pongamos las sillas afuera frente al amanecer porque la señal está llegando distorcioanda hace siglos.
Escuchemos sus palabras diluidas sobre los charcos perdiéndose en el lodo como un eco.
Escuchemos su llanto como el del niño que reclama atención desde la cuna de la aurora
y que cada noche saca de su abrigo de juguetes una estrella para persuadirnos la avaricia.
Es su llanto tan prolongado que resuena a través de las hojas de las tempestades
y se esparce por las olas del mar y sólo nos deja los vestigios del dolor en los restos de la espuma.
Como llora inclinando los ojos al vacío de nuestros oídos
y cuan grandes son las ganas de ensordecer al alma para no escuchar la plaga que infecta a nuestra estirpe.
Escuchemos hermano porque papá está muriendo y las herencias del cielo se pierden,
se escapan en los diluvios y las estrellas de oro se enredan en los telares profundos del mar
y el sol, el viejo ciervo ya es un fantasma entre el incendio de los bosques.
Como no escucharlo si levanta el dedo y nace la tempestad?
La tempestad que le arranca el alma a los árboles y silva cuando el viento cierra el portal de las flores
y los animales se ocultan bajo las rocas al escuchar su discurso de fuego.
Miremos a la flor muerta, abramos sus oídos para estirpar el mensaje,
miremos los ojos de los gatos desde la tierra dando un grito.
Detengamos la canción eterna que nunca hemos entendido
y que en cada letra las frases del lenguaje han perdido.
Papá es un diplomático que habla en muchos idiomas y la vejez enreda su lengua
mas escuchemos por favor que en la plegaria del sinsonte están las palabras que gotean de sus ojos
y que sobre las fuentes de la vida se derraman.
Somos sus hijos y en el follaje y en la corteza de nuestras almas también se vierte el canto de sus pájaros.
De frente observemos la mirada del crepúsculo
que regresa al cielo cada día con el pergamino enrrollado sin haber sido abierto.
Algo nos revelaba el tiempo, quizás el fallo de un juicio
en el que las palabras fueron perdonadas.
Escuchemos y que las frases hieran el umbral de los oídos.
Escuchemos y que las palabras hagan eco en los salones del alma.
Ven hermano, saca unas sillas, prende la radio que la señal ya imparte el mensaje de la aurora,
ya caen como piedras las noticias del padre y nos hieren las plantas de los pies.
Pongamos en el pecho las coronas de espinas porque ya somos en el festín los hijos del tiempo.
Recuerdo cuando eramos tan niños con coronas de rosas en la mirada
pero hoy somos adultos y forjamos el hierro y el fuego es el motor de los relojes.
Corremos y las rosas ya no nos reconocen y el camino hacia las tumbas del cielo se hace eterno
y mira cuan pesadas son estas coronas de gardenias fantasmales que alumbran nuestra muerte.
Aun así hay bocinas y altavoces en los umbrales del sendero.
El mensaje se esparce por la raíz de los templos,
los altares del pecho ofician la misa y las palabras dan frutos por dentro.
Yo quiero sembrar en mi huerto el mensaje de las estrellas
y que en el horizonte resuenen los ecos de sus lluvias.
Ven hermano mío, no como hombre, no como amigo, sino como hermano de raíz y conjuro celeste.
Sienta tu pecho en mi casa y bebe y come de los frutos de palabras con esencias del espacio.
Escuchemos a los peces multiplicar el mar, a las aves tejer los cielos y a los árboles alzar sus coros por los caminos del alba.
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