Mis días del futuro me llaman con un ladrido y me guían por el camino rosa de la aurora
hacia el eterno monumento de montañas y bosques en el que el dolor crece lejos del bullicio de la civilización
como un árbol de frutos venenosos que el designio del sol me obliga a probar.
No moriré de hambre en mis días futuros, pues el mar abandonará a sus hijos los peces
a merced de la orilla, y las hojas del árbol de dolor caerán sobre los pechos mojados de la tierra
para que me amamanten.
Pero acaso habrán horizontes en esas criaturas que egendra el sol?
Habrán cascadas de sus nubes abriendo cortinas para recibirnos?
Corro, me interno en sus luces de sombras y me protego como la éguida dorada
que en la batalla del tiempo hacen,
ahí soy cadáver y también el cuervo que devora, y los sueños moribundos que se escapan de la muerte.
Me precipito hacia ellos,
me estrello en los cristales de sus ventanas porque los del día de hoy están empañados por el aliento de una fétida lluvia
y ellos, los días que aún no han nacido al grito de la vida,
que todavía no han sido asesinados por el tedio del hombre me tienden un lecho de espinas,
me sirven manjares con mis propias ramas amargas,
me dan a beber las lágrimas del mar,
voy a ellos descalza y desnuda para arroparme con las sábanas de sus cunas
y huyo de este día, me escondo en los arbustos de mi jardín inventado.
Escucho su voz de grillo,
que me guía con la linterna de las lúciernagas por el camino azul de la luna
hacia el eterno mausoleo de las montañas, bosques y cascadas,
ramas, mares y nubes huecas
donde mi esperanza crece lejos del bullicio de las plazas como un árbol de flores muertas.
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