Hoy la lluvia se levantó temprano a lanzar guijarros sobre los charcos,
se despertó triste y con pie ligero avanzó por la terraza
observando a los lejos el castillo de nubes de sus juegos.
Delgada, pálida, se miró en el cristal de la ventana y liberó a su aliento frío en un intento de ser escuchada.
Largo rato estuvo parada frente a las persianas que movía como meciendo una cuna
y en el umbral de la puerta pintó una franja con la arena de sus zapatos empolvados.
Mucho tiempo estuvimos gritando, lanzándonos las sogas de nuestras palabras al cuello,
ahorcando a los segundos transcruridos en el hilo de la voz, aventando la tiza de nuestro aliento
al negro pizarrón del día, mientras ella escribía ese canto distorcionado de sirenas en naufragio.
Largo rato nos quiso dejar el mensaje que traía en la botella de su alchólico fervor
y pasar sus dedos de agua por nuestro café aún más ennegrecido por el dolor de las injurias de azúcar que hundíamos en él.
Tal vez deseaba llorar sobre nosotros, dejar la marca de su pena en las cloacas de nuestras mejillas
o sólo contarnos las travesuras del rayo cuando al caer la noche muda su piel de serpiente
y desnudo pasea por las calles a la hora de los mendigos, a la hora de la huella incandescente sobre el polvo.
O puede que tuviera afán de desatar su cabello de sierpes marinas para dejarlas seguir su destino
en las cortinas y las sábanas, o en nuestros cuerpos injuriados por el relámpago de la soledad?
Medusa de agua que quería ser piedra,
sortilegio para siempre petrificado en la galeria de los fenómenos del tiempo.
Tal vez se hubiera escondido en nuestras bocas para desatar en sus cuatro paredes la tormenta de sus juegos
y después las hubiera sembrado como a un árbol de relámpagos?
Qué sería de nosotros después de haber sido sus juguetes,
con los frutos del trueno entre las manos y las flores del primer pecado entre los pechos?
Era esa lluvia la sombra, la huella, el fantasma de la primogénita lluvia del paraíso?
Eramos nostros, la sombra, la huella, el fantasma de Adán y Eva después de traspasar las puertas, las paredes del tiempo
para llegar al café molido de aquella tarde, al estragulamiento de las palabras verdaderas?
Eran nuestras voces ecos, la sombra, la huella, los fantasmas de las primeras voces que traspasaron las ventanas, los calabozos del tiempo
para llegar café tostado en el aire de aquella tarde, al estrangulamiento de las arpas?
Pero la lluvia también pudo haber soltado el encaje de su falda por el suelo de la habitación
obligandónos a encontrar refugio en la cueva de la cama y ver nuestros verdaderor rostros
en la hoguera oráculo de la orcuridad.
Pero nunca los sabremos al dejarla ir sin escuchar siquiera,
sin abrirle la puerta para descansara de sus monstruos.
La vimos partir con fe muy tarde después de varios intentos
por escupir sus voz con su silueta encapuchada y gris.
Se hizo pequeña como un insecto en las ruinas de su castillo de nubes.
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