Cuando de recordar se trata
hay que sentarse a abrir los cofres del pasado guardados en el sótano y quitarse la basura de los ojos para mirar el reflejo de las telarañas que ha formado el espejo. Hay que dejar entrar al corazón los envejecidos sueños que ya no saben como encontrar la llave de la puerta o ya no pueden trepar por la ventana. Hay que dejar al bastón ser la brújula de los nuevos días porque cuando de recordar se trata es posible que en uno de tantos engranajes haya una máscara con ganas de instalarse en los rostros del presente, y así como una ola de retazos afanada en vestir a la roca indefensa o como una flor cerrada y seca que al desmoronarse se le escapa el alma mas cubre al pudoroso camino, se afane la máscara en disfrazar al vacío que han dejando los anhelos.
Porque cuando de abrir los arcones del recuerdo, los espejos y sus puertas se ocupa el pensamiento, es que la mente con el impetu de la flor que ha decidido tras el maquillaje de la primavera desandar su laberito de raíces hacia su vientre materno, ha descubierto ya a las semillas que gimen sus ojos. En esos casos debemos estar preparados para reencontrar a la máscara olvidada, a la sonrisa que portamos hace años con el deseo de que vistiera al rostro y a los ojos con sus gestos de antigua comediante,
y que sus pétalos de bosque marchito aprisionen de nuevo a la risa renuente a reir, porque aunque cansado está lo pretérito de mostrarse al futuro siempre vuelve en tres tiempos, sin cuerdas y sin voz, como un títere libre.
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