Cuando abrí el almacén que medía 90 por 50 metros, y vi los cuatro pisos de repisas de aparatos de medición; me pregunté, qué iba a hacer con toda esa herencia de tres generaciones. Yo no soy química, aunque tenga el apellido de los ungüentos famosos; ni mecánica-eléctrica, con los telares revolucionarios que nos mantuvieron toda la vida; ni menos electrónica, para manejar las 5 patentes de mi padre, es más, ni me gustan las matemáticas. Soy una psicóloga, que le encanta su profesión y única heredera de esta familia.
Decidí venderla a algún coleccionista, solo que primero quería inscribirme a una sociedad de ese tipo para que la valoraran. Y cuando me dieron los requisitos, vi que necesitaba un informe detallado de esa colección, y mínimo, alguna pieza única, rara, exclusiva, para poder estar en esa asociación. Podría haber buscado otra sociedad, pero me gustó el reto y empecé a buscar esa pieza. Y, ¡la encontré! Estaba ubicada en un pasadizo secreto, que solo yo conocía, y bajo 5 llaves. Seguro era un aparato que medía algo, ya que todo lo que había ahí era para medir; podía uno encontrar decenas de termómetros, óhmetros, contador geiger, medidor de ph, espectrómetros, transportadores, y cientos más, muchos de los cuales no conocía.
La pregunta era ahora, qué medía y por qué estaba guardado en secreto. Abrí la caja, vi un aparato como nunca lo había visto, era esférico de color gris, junto a él unos controles, una pantalla y otro aparto más pequeño de algún material como estaño. Lo primero que pensé si sería un juguete, una computadora rudimentaria, o una broma; las tres posibilidades las deseché. Por fin, después de casi dos años lo tenía armado y funcionando. Fue una labor titánica, secreta, y carísima; me había acabo la mitad de mi herencia, pero había disfrutado mucho haber comprado materiales que creo no se consiguen en este planeta, nunca pregunte detalles; piezas hechas en diferentes lugares del mundo, y armado con una precisión exacta que solo un lugar lo pudo lograr, tampoco pregunte dónde.
El paso siguiente era probarlo, pero no sabía qué medía, porque las instrucciones o lo que creí que lo eran, estaban escritas con signos que nunca antes había visto. Lo puse en internet y me llego la traducción: Mide la individualidad de la persona, el ser ella misma. Y con otro aditamento, mide en qué grado de la escala de persona manipulable está; el resultado es físico-químico. El proceso es: Se dispara un rayo imperceptible al ojo humano que escanea todo el cuerpo, en cuestión de un segundo y medio… Cerré los ojos, me pasó por la mente las consecuencias de este instrumento en manos equivocadas. Abrí los ojos, lo probé en mí, vi los resultados, no me gustaron, los rompí. Respiré profundamente, fui por un martillo y lo destruí completamente, no quedó rastro de él. Recordé la frase que decía mi abuelo: Sabiduría escondida y tesoro invisible, ¿qué provecho hay en ambos? Luego, me inscribí en otra Sociedad de Coleccionistas que no pedía aquel requisito. Y me fui a casa, llevé comida publicitada; al llegar, vi a mi esposo e hijo pequeño que se alegraron al ver lo que íbamos a comer; y pensé: Creo que la maquina no era la única que media la manipulación.
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