Bebo aquella sangre todas las mañanas, cuando empuño la daga para volver fresca la herida en mi corazón.
Si y solo si me queda poca sangre, salgo a buscar quien me empuñe otro cuchillo; no es café lo que pide mi organismo al amanecer. Ya lo acostumbré.
Trillado como el heno, mi corazón se seca, y me olvido de comer mi pan.
Fijo la vista en el suelo y no levanto la mirada. No sé de dónde sale más sangre, si del puñal o de mis descoyuntadas rodillas que imploran mi perdón.
Siento la presión en mi pecho cuando alguien habla de lo que a mí me duele, aunque se camuflaje en parábolas.
Él, que todas tus culpas perdona , que cura todas tus dolencias. Calla cuando digo: Prefiero mutilar mis rodillas, a dejar de mutilar mi corazón.
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