Reconocimiento de tu rostro.

Inspirado en La Giganta de Charles Baudelaire

Dejo que mis ojos caminen libremente por tu rostro,

que busquen refugio del tedio

en esas huellas que ha dejado la luz sobre su piel

y con ellos camino yo cual si fuera un trozo de luz

sobreviviente del día,

camino despacio para no dejar huellas

ni hacer ruidos que puedan derrumbar tus sueños.

Me escondo en mis propias huellas,

me tapo con las sábanas de tus poros

me meto debajo de tus lágrimas y ahí el frio, el miedo,

se hacen espuma frente a las rocas del aire .

Encuentro restos de lluvia fosilizada en tu rostro.

rincones sellados a los rayos de sol

y en esa cortina invisible que eres cuando duermes

me pierdo como en un espejo que siempre está ahí

y traspaso una y otra vez sin percatarme.

Duermes o finges dormir arrullado por la respiración del silencio,

el aire que me observa desde tu nariz hace dudar a mis pasos,

me protejo bajo el techo de tus pestañas

y  me sujeto de su bombilla cual si fuera la única  luz de agua

en los desérticos pasillos de tus sueños.

Espero ante tus ojos cerrados,

con mi rumor de pasos,

dentro de ellos  está el templo

donde te levantas como un gigante de oro

que nadie ha visto y ante el cual bajo la cabeza

con apasionado respeto  aferrándome a sus pies

como lo haría la flor a los rayos del sol.

Camino por tu rostro,

montaña acurrucada por la noche

con su  follaje abierto para mí

y ando las arterias de raíces y árboles,

el mundo dormido de tu piel

que abre sus poros al manantial de sueños de la noche.

Tus ojos como dos lunas somnolientas tejen caminos que me guían

con tenue luz hacia la cascada de tu boca,

templo de la  naturaleza en el que mi sed de amor se sacia

y mi miedo a la oscuridad se ahoga como un niño,

ah, bóveda virginal que las huellas de mis manos

profanan en una constante huida.

Camino por tu rostro,

tierra dando vueltas y vueltas sin rumbos

y mis  labios suplicantes

siempre llegan al mismo sitio,

al pozo  que me invita a formar parte

de su caudaloso reflejo

cual si fuera yo una estrella

que se le ha extraviado a la noche.

Tu rostro lo acuna el cielo nocturno

es una montaña recién nacida entre  sus  sueños de niño

y no me queda más salida que recorrerla sola

guiándome  por las migajas que ha dejado antes mi sombra.

Tu boca, corazón de un río desbordado

me hunde como a un bebé del que ha escuchado el llanto,

y me  pierdo pero tus ojos en señales  parpadean

como aves blancas sobre la montaña,

la luna vierte su espuma en tu boca,

vaso ebrio de luz

y de tu rostro como del rostro de la oscuridad

nace tu sonrisa, una cabaña en medio de la espesura.

 

Afuera llueve pero en tu rostro no,

el se devuelve luminoso como un campo

niño que acaba de  bañar el día en el río de su sol.

Tus ojos sencillos como dos casas gemelas

se levantan en su tierra firme

y tus pestañas cual techos con tragaluz me invitan a pedir asilo y pan.

Afuera llueve, yo pertenezco a la lluvia

y canto como un pájaro mendigo arropado en el frio cristal del aire,

mas en tu rostro todo es cielo despejado, el sol se asoma por tu piel

niño que juega a las escondidas, se multiplica en su luz y ríe.

Canto, afuera llueve, la lluvia brota de mi voz,

es un cantar de gotas que se rompe en tus tejados.

Que frio siento en el glacial umbral de tus pupilas

donde dos puertas se erigen

para proteger el fuego de  tus casas,

una puede ser mía si consientes en abrirme.

Afuera llueve, canto para que mi voz te conmueva,

es un déjame entrar a esos limpios rincones alejados del temporal

para que tus  alfombras de poros abiertos

se consuman  mis piedras de lluvia.

Afuera nadie, el día llora sobre los corazones abiertos de las hojas,

la tierra se balancea en una mecedora vacía

que la mano de  un fantasma empuja,

yo sigo cantando como un pozo de manos abiertas para la lluvia

pero en tu rostro no, todo es verdor,

es campo abierto para mis manos desnudas,

pies de mis brazos que trotan libres por sus caminos

Afuera mi canto llueve,

se torna hielo en el umbral nebuloso de tus casas,

déjame vivir en uno de tus ojos,

en el derecho que es la noche

y seguir cantándole a la luna como el perro hambriento

y bautizado por tu lluvia de fuego.

Afuera canta la lluvia golpeando sus notas

en la garganta seca de los pájaros, pero en tu rostro no,

el siente el llover como un tambor lejano,

como la sombra triste de una mujer que se borra

en la sombra de las huellas de las gotas.

Ábreme la puerta de tus ojos,

hombre dueño del campo  de tu rostro,

dame pan de tus lágrimas, café de tu boca

que como una taza se pone de labios al día

para colar sus delicias y aromas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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