Maestra Irene, asesina serial

−¡Ya te dije papá que no quiero ir a esa clase!, ¿cómo te lo puedo hacer entender?, solo te advierto que si me sigues obligando, jamás volveré a dibujar en mi vida. Esa maestra vieja, amargada y cuadrada solo quiere que hagamos las cosas a su manera, como a ella le enseñaron, y no acepta que ya evolucionó el arte, la libre expr…
−¡Cállate, Fernando, la respetas, ella fue mi maestra y es una persona muy preparada, sabe mucho de arte, y tiene una técnica impecable! Yo quiero lo mejor para ti, tienes mucho talento, en eso me heredaste, y no voy a permitir que cualquier academia te deforme –dice el señor Fernando quitándose los lentes, y subiendo la voz, mientras se le cae el bocado de carne en la mesa, y continúa−, no hay discusión, si quieres seguir en el fut bol, vas a tener que ir con la maestra Irene.
−¡Por eso tú no sabes dibujar! Haces cosas acartonadas, comunes y sin vida. Pues, no voy a fut, pero no vuelvo con tu maestra, lo poquito de creatividad que me queda no me lo va a aplastar con sus comentarios –se levanta de la mesa y se va.
−¡Está bien, Fer, ni dinero, ni permisos para ir con tus amigos, ni fut, ni nada!, hasta que recapacites que la técnica perfectamente aprendida es la única manera de tener éxito como artista – y se dice para sí: ya se le pasará, así son los adolescentes.

En otra casa de una alumna de la maestra Irene.
−Mamá, ¡ya no quiero ir a la clase de ballet con la maestra Irene!, me aburro, ya llevamos dos años y no pasamos de la barra, del centro, de los mismos pasos. ¡Yo quiero bailar!
−Ya bailarás, pero como debe ser, primero a hacer bien los pasos. La maestra Irene es una excelente profesora de ballet, fue mi maestra, ¡la admiro tanto! La recuerdo con su palo marcando el ritmo, haciéndonos repetir cientos de veces el relevé hasta que no se nos doblaran las rodillas. Estas niñas de ahora, luego, luego quieren bailar, sin primero aprender la técnica. Además, ya viene la presentación en el teatro. Ahí te vas a lucir.
−¡Qué lucir, ni qué nada!, vamos a presentar una clase, desde el calentamiento, hasta el pas de bourrée, y uno que otro passé, vestidas con nuestro leotardo y mallas de siempre, nada especial. Sácame de aquí, odio el ballet, mis amigas van a otras clases y van a presentar sus bailes en el teatro, también.
−¡Haciendo el ridículo, seguramente! Tú, Diana, estas hecha para llegar muy lejos en esto del ballet, tienes un gran talento, solo ten paciencia. Además, no podemos dejar las clases, de eso se mantiene la maestra, y tiene pocos alumnos.
−¡Mamá, de veras odio el ballet, jamás seré bailarina! Y hazle como quieras.

En la clase de Creación literaria con la maestra Irene, se encuentran tres alumnos, Rosy, Héctor, y Raúl.
−Rosa, ya leí tu cuento, está todo mal, primero, les pedí solo media hoja, y tú hiciste todo un cuento de media libreta, después, en muchas oraciones no está el sujeto, verbo y predicado; no tienes inicio, nudo y desenlace, como les enseñe. No entiendo dónde está el conflicto, solo narras el Día del Niño en tu escuela, y luego te elevas a un tema que no creo que entiendas todavía, tienes 11 años, ¿verdad?, ¡qué es eso de niñas que vuelan, niños que desaparecen, bebés que comen arrachera!, ¿estás loca, o qué te pasa?, ya te dije, y eso es para todos, que primero tenemos que leer a los clásicos, luego, aprender a redactar correctamente, y luego ya podrán empezar a escribir.
Son un fracaso los tres como posibles escritores, no hay ni a cual escoger. Tú, Hector, si quieres escribir batallas de la Edad media, primero, tienes que terminar tu secundaria, leer libros como el Mio cid, y otros clásicos de la época, y luego ya podrás escribir, no sea que cometas un error imperdonable, como que tomaban agua embotellada en esa época, pues tomaban vino o zumo de frutas, y saber la razón del porqué lo hacían. Y Raúl, el travieso Raúl, que no estás quieto ni un minuto, cómo vas a escribir cuentos futuristas, interplanetarios, y de aliens, si ni siquiera sabemos si existen o no; primero tienes que estar quieto y leer mucho, mucho, mucho, hay clásicos muy buenos, está Julio Verne, por ejemplo, y luego ya pensarás en escribir alguna obra, que pudiera llegar a ser un clásico sobre el tema que pienses escribir, a lo mejor cambias de opinión, a mí los cuentos o novelas futuristas no me gustan. Se acabó la clase, nos vemos el viernes, de tarea, van a describir la sala de su casa, todo, estilo de muebles, adornos, etcétera.
Al salir de la clase, los tres adolescentes comentan entre sí.
−Yo ya no voy a venir, mejor me voy a aprender otra cosa. No sirvo para escribir, odio hacer sus tareas… y escribas lo que escribas, siempre le encuentra errores.
−No le hagas caso, Rosy, si te gusta escribir, sigue escribiendo, mira a Raúl, ni la pela. Además, “consuela tu corazón, echa lejos de ti la tristeza, que la tristeza perdió a muchos, y no hay en ella utilidad.”
−¡No!, dice que soy un fracaso, tal vez tenga razón.
Fin

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