La vida y obra de Julio en los viajes del tiempo

Julio casi no tenía juguetes con los que entretenerse porque su mama siempre estaba trabajando para darle de comer un plato de comida decente. Casi siempre jugaba solo en el patio de la casa que había construido su abuelo para él y sus primos, aunque no tenía robots avanzados como los otros niños de su clase ni carritos u otros juguetes tecnológicos, el pequeño niño  se entretenía haciendo castillos de tierra, recolectado piedras  y analizando cada cosa que se encontraba en el camino. Su recinto de juegos estaba lleno de curiosidades, como hormigas, babosas y árboles de todos los tamaños, aquel niño de 7 años se la pasaba manteniendo largas conversaciones con los pájaros que se colaban por la barda, su mejor amigo era el gato aunque a veces era mezquino porque atacaba a las aves o se comía a los ratones, pero había que tolerarlo porque los otros niños del vecindario no querían jugar con gusanos o con aviones de papel.

El juguete favorito de Julito era  un papalote de colores que por las noches empinaba hasta lo más alto del cielo, entonces veía como este se acercaba a la luna tomando un fuerte resplandor plateado, era como si el papalote respirara el aire de la luna, entonces el pequeño se imaginaba que afuera de su insignificante  mundo habían otros mundos y que había alguien en la luna o en otros planetas que lo observaba, que tenía amigos allá con los que jugar aunque no conociera sus nombres ni sus juegos. El pobre niño estaba casi abandonado a la suerte de la vida, su mamá lo amaba mucho pero el tiempo para ella era limitado, tenía que trabajar desde las siete de la mañana hasta las ocho de la noche en una fábrica textil , en todo ese tiempo nadie cuidaba de su hijo, el cual había criado para que fuera un chico independiente, le había puesto Julio porque en ese mes de verano había conocido a su papá, un borrachito que se hacía llamar científico y estudioso de los extraterrestres, aunque su profesión terrestre se basaba en llenar y cargar cajas en la fábrica. El hombre no le había dado los apellidos al niño ni mucho menos se acordaba de que como él respiraba bajo la misma atmosfera, aun así  Doña Eugenia(madre de Julito) se había enamorado de él perdidamente porque era el único mortal  que le hablaba de otros planetas fuera de la órbita de los obreros. El día en el que concibieron al niño el padre se había tomado dos botellas de vodka e invocaba la  fuerza de marte y de júpiter para poder hacer sentir a Eugenia el mayor orgasmo de su vida, diez meses después  nació Julito sin la menor marca de venir del espacio, más bien era un niño enfermizo que lloraba a cada rato, al que había que prestarle más atención que de costumbre.

Pero Dios sabe cuánto amaba la madre a su cría que a veces tenía que pedir prestado a sus compañeras de celda laboral para poderle comprar la leche. Julito era consciente de eso y como todo buen niño le correspondía en amor, aunque le guardaba un poco de rencor por llamarse Julio, como un mes, él quería portar un nombre exótico como de extraterrestre o místico si era posible, así que estaba decidido a cambiarse la identidad cuando cumpliera los 18 años.

Esta es la breve introducción a la vida de un niño de nuestros tiempos que más le vale tener imaginación e ingenio antes de ser presa de la violencia de las calles. Así de simple como solitario era el mundo de nuestro Julio; hasta que una mañana precisamente el día de su cumpleaños número ocho, mientras jugaba en el patio porque su mamá lo dejó faltar a la escuela, se encontró una pelota extraña que no era de él. Era una pelota muy original porque tenía muchos colores brillantes y metálicos, además de espejos, era  muy diferente de los todos los  juguetes que Julio había visto antes, parecía ser un artefacto  lleno de compartimientos, así que al pequeño se le ocurrió tomarla para investigar que tenía adentro. En el justo momento en el que el niño apretó el primer espejito con su pulgar derecho, la pelota se abrió de par en par soltando un humo lleno de olores inexistentes para una nariz humana. Del juguete salió un pequeño hombrecito de cabello largo y canoso que se quedó perplejo al contemplar a Julito. Lo mismo ocurrió con nuestro protagonista al presenciar a aquel ser diminuto que bien podría ser pulgarcito.

Después de un largo rato de silencio y de profundas miradas. Julio tuvo el valor de romper el silencio.

__ ¿Quién eres y que haces en mi patio?

__Soy el viajero intergaláctico 190 y vivo en una estrella que se llama Púrpura en la galaxia del mar estrellado.

__Wow , ¿en que calle queda ese lugar? nunca mi mamá me  la ha mencionado

__Por lo que veo estoy perdido, porque debería estar cerca de mi galaxia y no aquí

__¿Vives en otra galaxia? Wow

__Si, estaba jugando dentro de mi pelota y sin darme cuenta he caído en este extraño lugar, que por cierto huele muy mal, aquí la tierra está podrida.

__Oye no ofendas a la tierra, ella nos provee de alimentos.

__Si pero siento su olor a muerto, en mi casa nadie muere, la tierra de mi planeta está limpia de cadáveres.

__Wow ¿qué maravilloso, entonces qué edad tienes?

__Nuestras edades tienen nombres de metales, yo estoy en la edad de oro, tengo 8 años humanos

__Igual que yo, pero ¿por qué tienes canas si eres un niño?

__Porque mi genética es sabia, todos los que viven en mi estrella son canosos y de mi tamaño.

Después de aquella extraña conversación con un ser de otro mundo Julio invitó a su nuevo amigo a comer una hamburguesa, la cual al pobre extraterrestre le cayó muy mal  en el estómago, aun así la aceptó como muestra de agradecimiento. Cuando terminaron de comer Julito invito a 190 a jugar en el  patio, pues tenía mucha curiosidad por saber de su estrella, le prestó su papalote multicolor, también conversaron y así fue como nuestro protagonista comprendió que su visitante ya tenía referencias de la tierra, que conocía perfectamente a los humanos porque en su planeta estudian historia de todos los mundos importantes en el que está anotado la Tierra. También supo que los juguetes de los niños extraterrestres son tan avanzados que puedes meterte dentro de ellos para jugar por eso la pelota de su conocido había logrado trasladarse  hasta la tierra, pero con lo que 190 no contó  era que había programado un botón equivocado, ese que lo conduciría a otros planetas, en ese momento  seguramente su mama en la estrella Púrpura estaba dando gritos de madre desesperada ante la ausencia de su niño.

Ese día del cumpleaños de Julio su mamá tuvo un contratiempo en la fábrica y tuvo que suplir a otra empleada, dejó a su hijo solo mucho más tiempo del acordado. Para cuando la madre iba saliendo del trabajo, ya su hijo   estaba abordando la vía láctea con su amigo 190, iban directo hacia los mundos distantes de las estrellas.

Cuando Eugenia llegó a su casa, la puerta estaba cerrada como de costumbre, entró con un lindo pastel que le había comprado a su hijo para celebrar su cumpleaños. Al no encontrarlo por ninguna parte la desesperada mujer entró en un ataque de pánico. Llamó a la policía, busco a su hijo por todos lados y nada, Julio había desaparecido. Primero las autoridades pensaron que había sido un rapto por parte del padre o de algún familiar de este; después comenzaron a indagar en la escuela, interrogaron a los maestros, a los enemigos de la madre y así hasta que agotaron todas las posibilidades existentes, el caso tuvo que cerrarse por incognitos motivos. El único rastro que había dejado Julio era su papalote roto a la luz de la luna, ese  que su madre le había comprado hacia un año en la  feria del pueblo. Doña Eugenia apenas  había observado bien ese juguete que compró más que nada para callar el llanto del niño.

Era en verdad un papalote peculiar, lleno de matices como su hijo, en ese momento que no lo tenía la pobre mujer se desagarraba de dolor, había dejado el trabajo, todo el tiempo se la pasaba observando lo que su hijo le había dejado de herencia pero que no podía sustituirlo. Un domingo precisamente de Julio, un año después de la desaparición de Julito, Eugenia estaba limpiando el patio, entonces tropezó con el papalote hasta casi romperlo, de pronto de los lacitos relucientes de su cuerda se zafó uno; ya casi lo iba a echar a la basura la desdichada madre cuando se percató que era una carta, al abrirla comprendió que era un recado que Julio le había dejado con su clásica caligrafía de un niño de 8 años.

Querida mamá:

Me encontré a un amigo extraterrestre en el patio, su nombre es 190, es un buen niño, él es de la estrella púrpura de la galaxia del mar estrellado, me invitó a irme con él como regalo de cumpleaños, no te pedí permiso porque sabía que me dirías que no, me prestó sus juguetes y logró meterme en su pelota mágica que también es un nave espacial. En su planeta voy a estudiar en escuelas donde nos enseñan la historia de todos los planetas, los ángeles del planeta celeste  son los que dan las clases. 190 me enseño fotos de su casa, de sus amigos y también me mostró un video del futuro de la tierra, ya lo han visto todos los seres extraterrestres por eso no nos visitan muy seguido. Mamá la tierra se va a quedar sin humanos porque los hombres van a  desencadenar una guerra terrible. Por eso cuando seas una viejita y tengas muchas canas te iré a buscar para que nunca mueras dentro del planeta purpura, ya sé que voy a ser cuando sea grande, un guerrero galáctico de la luz, voy a luchar con los espíritus malignos  que invaden el alma de los terrestres. No te preocupes, estoy bien, me comí una naranja antes de salir de viaje. Cuídate mucho, no dejes de esperarme. Te quiere, Julito

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Después de aquella sorpresa Eugenia enloqueció un poco más, pensó que algún loco había secuestrado a su hijo obligándolo a dejar semejante carta, pero después con el paso de los años fue comprendiendo que algo en el cielo distante la observaba  y la cuidaba. En las noches cuando se asomaba  a la ventana a mirar las estrellas sentía la presencia de un telescopio que la contemplaba con una mirada de infinito amor. Por eso llegó a la conclusión de que esos eran los ojos de su hijo que no la había olvidado a pesar de haber sido una mala madre.

Una tarde, también de Julio, 20 años después de la desaparición de Julito mientras la madre limpiaba el patio de la inundación de las lluvias sintió un ruido minúsculo proveniente del árbol principal del jardín, ya el árbol estaba viejo, casi sin hojas, pero las que le quedaban eran hermosas, de un amarillo brillante que reflejaba la luz del sol. La mujer ya cansada por los años se inclinó suavemente para ver de dónde salía el barullo de las hojas que apenas tenía tiempo de observar. Fue acercándose poco a poco hasta que vio a un pequeño hombrecito canoso que estaba recogiendo todo lo que encontraba a su paso. El minúsculo ser tenía la misma cara de su hijo y le dijo:

__¿Mamá cómo estás?

__Julio ¿qué te paso? ¿Por qué estás tan pequeño?

__Mamá ahora soy como los habitantes de la estrella Púrpura, ellos me dieron este cuerpo para que pudiera sobrevivir pero me mantuvieron los recuerdos de mi condición de humano, cada año vengo a la tierra y mientras duermes te observo, también recojo tierra, nuevas semillas de flores para procesarlas en mi mundo. Mi nuevo nombre es 70, soy un guerrero intergaláctico, sigo siendo muy buen amigo de 190 y estoy casado en mi nuevo hogar, mi esposa es  120, no llores por mí, allá soy muy feliz. Cuando partí hace 20 años comprendí que me habían venido a rescatar del  fin de este mundo porque era un buen niño, ese fue mi regalo de cumpleaños. Mi amigo me dejó llevarme algo de aquí conmigo, no me permitió llevarte porque eres muy grande para cambiar pero cuando seas una anciana tendrás espacio en nuestra civilización. Me llevé muchas semillas de la tierra, una a una las fui sembrando en mi nuevo planeta donde no había árboles,  el mío es el   primero que se ha sembrado allá, cada hoja de esa troco representa para mí un ser querido en el que puedo ver sus rostros, como si fuera un álbum, cuando una hoja se cae sé que tengo que venir a buscar a la persona porque está muriendo, entonces me la puedo llevar. Cuando tú estés muriendo vendré por ti, este árbol que está frente a tus ojos es la representación del que está en el patio de mi casa, ya casi no me quedan hojas que recoger.

En un abrir y cerrar de ojos Julio desapareció de la visión de Eugenia. La pobre mujer no tuvo tiempo de despedirse pero tenía una esperanza sembrada en el corazón, como un árbol que fue creciendo año con año hasta que un día del mes Julio la última hoja del tronco del patio cayó, vió una pelota que rodaba hacia sus pies, la pelota más hermosa que había visto en su vida, más bella que todas las que su madre le compró de niña. La esfera llena de colores y cristales  se abrió suavemente, entonces  de forma milagrosa Eugenia entró en el artefacto que fue desapareciendo poco a poco.

Justo en ese momento en  el que la madre desaparecía conducida por una pelota, Julio, su hijo, observaba ese breve momento  30 años atrás  en el reloj del tiempo que tenía 190, un minúsculo reloj que podía proyectar todos los acontecimientos pasados, presentes y futuros de todos los mundos. Julito se asustó al presenciar el momento de la muerte de su madre, también al ver el desastroso fin de la humanidad, sepultada bajo la misma tierra con la que jugaba todos los días. Las palabras de 190 lo tranquilizaron un poco.

__Julio, ahora entiendo porque me perdí en el espacio, mi pelota estaba programada para venirte a buscar, mi planeta te regala la salvación, no puedes quedarte si quieres vivir, tienes que dejar tu mundo si quieres prevalecer como ser.

__¿Me puedo llevar a mi mamá?

__No, dentro de 30 años como me marca el reloj

__¿Que me puedo llevar entonces?

__Algo que no pese, que sea como el alma humana

Entonces julio agarró con sus pequeñas manos todas las semillas que encontró en su jardín, las contempló firmemente y preguntó

__¿ Hay árboles en la estrella púrpura?

__No, (le dijo con seguridad 190), solo tenemos estrellas que dan flores de pétalos transparentes, donde tu corazón se ve reflejado.

__Perfecto,  entonces me llevaré lo mejor de mi tierra

Y antes de que Julio terminara de respirar su último aliento terrestre ya esteba dentro de la pelota, dispuesto a conquistar el mundo invisible de las estrellas.

 

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