La muerte de las cosas

Se nos muere el alba en vanas contemplaciones

sin que podamos ver su rostro viejo ni su andar de siglos,

se nos muere la noche en los gritos del gentío,

sin que podamos presenciar sus risas a través

del espejo de la luna.

 

Se me muere en tus besos,

en los accidentes de tus caricias,

se te muere en mi vientre,

se nos muere en las miradas marginadas

donde solo cabemos tu y yo.

 

Se nos mueren las miradas en un parpadear,

se nos mueren los rostros con la luz con que miramos

y también se nos muere esa luz en la oscuridad de los ojos cerrados,

cada día es despertar y dormirse y ver morir las cosas

en nuestros sueños, y es renacer con otros anhelos,

llorando las nostalgias de ayer.

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Lloramos la partida de los soles y la bienvenida de otros,

mientras nos morimos en un beso y nacemos al instante en otro,

se nos muere el cuarto con los libros, las ideas, las palabras y

enseguida damos a luz a un segundo que nos salva.

 

Vencemos cada día a la muerte de las cosas, en las sábanas,

donde mueren también los sueños de otros que no tienen

ni tus manos, ni las mias para acarrarear sus cuerpos.

 

No sé si yo me ahogue en la lava de tus pupilas,

en la eternidad de sus vacíos como un fantasma

que traspasa el salón de espejos de tu mirada,

 

Tú te salvas de la destrucción como una sombra,

que se impregna en los muros de mis ojos,

siempre en el intento de traspasar sus paredes y

robarme las visiones de los campos, de los mares,

de los bosques esclavizados en mi memoria

a servirme de placeres.

 

Ahí yaces siempre vivo como un objeto indescifrable

que me hilvana la vista, hacia otras cosas que se me mueren

en el andar de la mirada.

 

Solo en la fiebre de tus labios lloro recién nacida,

engaño a la muerte y me escapo de las cosas

destinadas a morir.

 

 

 

 

 

 

 

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