Huevo duro y cigarrillos para el desayuno (V)

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Escena cinco: Dominica, la princesa que vivía entre la sombra y la pared


“You have a great taste in guns, son.”

“I call myself a fan of them.”

“Yeah, but, did you know how to use one?”

“Of course, it’s part of my job.”

“You’re a cop?”

“Something like that, yeah.”

“So, little officer, wich one will you want to take home? The Colt or the Smith & Wesson?”

“I dont know yet…”

“Well, hurry up, I have another costumer that is interested too.”

“Take it easy, men.  The two of them are great. How much time do I have to make my mind?”

“She said she’ll be back at five.”

“A woman? Oh, I can fall in love just that easy. Ok, I think this would be then.”

“Great choice,  Dirty Harry. Just sign this papers and wait a couple of weeks.”

“Thank you. And make me a favor, get me the number of that girl.”

“You don’t even know how she looks like.”

“The lady likes old guns. That’s enought for me. See you later, pops.”

“Yeah, yeah…”


Se impusieron, a partir de ya, cuarenta días de luto nacional por parte de la princesa. Con todo el respeto que se merecía, el cuerpo fue trasladado al castillo utilizando al cuarenta por ciento de la guardia real. Una decisión que me pareció bastante absurda.

La princesa, si estaba triste y devastada, no lo hizo notar. Mantuvo la frente en alto, dirigiendo la estampida de cuerpos de hierro hasta el interior del gran recinto. Tabatha la siguió a su derecha, olvidando por un momento que hasta hace unos minutos había confirmado su relación sentimental con la monarca real.

Curiosamente nadie hizo un escándalo por ello. En este lugar era natural que las personas se emparejaran con quien chingados le diera en gana, sin embargo, había un dejo de vergüenza y preocupación en su mirar.

Me hubiera gustado seguir examinando el cuerpo, pero las puntas de espada resultaban demasiado amenazantes. Encendí un cigarro frente a la puerta que daba al trono. Me hicieron esperar un largo rato mientras preparaban a la princesa y la dejaban estabilizarse un momento.

Eso me dio tiempo para familiarizarme con el mundo a mi alrededor. La servidumbre corría nerviosa y los caballeros no podían mantener la compostura intacta de su profesión. Era extraño verlos así, considerando que la salud del rey no era precisamente buena desde un tiempo. Tal vez había sido la situación que envolvía el caso y la muerte del susodicho, o tal vez era la incertidumbre sobre el rumbo que ese reino iba a tomar.

Abrieron las puertas hacía la sala del trono y tiré la colilla al suelo. Dominica me siguió con la mirada por toda la alfombra roja y no pude menos que sentirme un poco Bogart. En parte por lo feo, en parte por el blanco y negro de una situación desesperada.

Necesitaba ser profesional desde un principio, pero quedé encantado con la hermosa imagen de una princesa en primer plano. El vestido estaba ceñido desde el torso hasta la fisura de sus pechos, levantándolos con gusto para el resto de la audiencia. Era un escote sutil, elegante diría yo, que entre la combinación de violeta y morado, la piel blanca, y los rizos dorados de pintura sobre la chimenea, armonizaban el ideal de una monarca en la flor de su vida.

Mi único pesar era saborear el ceño fruncido bajo los mechones, producto del amargo despertar de aquel día.

Y yo diría que mi presencia también. Porqué no.

-Hay que tener mucho valor para enfrentarse al general y armar una revuelta en el mismo día en que mi padre es asesinado. -la mujer recargó el mentón sobre su mano izquierda, sin soltar la fría mirada.

-Soy un show-man, nada más.

-Tengo entendido que a estas alturas ya está al tanto de la situación.

-Sobre las amenazas contra su persona, más o menos; aunque creo que a todos nos sorprendió más el espectáculo matutino.

Los guardias desenfundaron cuales cerdos ofendidos. La princesa los hizo volver a sus puestos.

-Diríjase con respeto cuando se trate la memoria del rey Famir.

-No hay problema. Pero si voy a trabajar aquí necesito todos los datos. Tabatha comenzó su oferta de trabajo mencionando como primer incidente el envenenamiento, pero al parecer hay otro u otros más que no mencionó.

-Asumo toda la culpa -mencionó Tabatha, que sin darme cuenta había entrado por una puertecilla cerca del trono para unirse a la conversación. -Pensé que sería mejor que usted le aclarara el segundo incidente.

-Has obrado bien, doncella -dijo Dominica dirigiéndose a su consejera. Acto seguido mandó a los guardias reales a abandonar el recinto. Se venía uno de esos secretos de alto recelo. -Hubo un problema cuatro noches después del atentado en el comedor. De esto solo sabe Tabatha, el general Tavála y el curandero que me examinó durante la madrugada.

-La escucho.

-Como usted lo mencionó esta mañana, sin discreción alguna, la doncella Tabatha y yo mantenemos una relación desde hace tiempo. Los pormenores de mi vida íntima no vienen al caso en este momento, pero si hay que resaltar que tenemos algunos espacios de tiempo privados que suceden antes de las preparaciones para descansar. La noche en cuestión, durante nuestra pequeña… sesión, escuchamos un ruido en el cuarto de Tabatha. La entrada a esa habitación está solamente en la mía. Hay algunas ventanas pero los dos cuartos se encuentran en los pisos más altos de la torre y no hay forma de escalarlos o de descender desde el pico.

-Eso quiere decir que alguien se había escabullido ahí desde antes de que ustedes subieran.

-Pero eso sigue siendo igual de imposible. Los únicos que pueden subir son los guardias reales, y no lo hacen hasta que llega la hora de dormir. Y, al mismo tiempo, no permiten la entrada a nadie.

-¿Que pasó después de escuchar el ruido?

-Al principio nada, pensamos que se trataba de una casualidad, pero después de unos minutos algunos pasos se escucharon. Fue cuando Tabatha decidió investigar y se acercó a la habitación. Hubo un forcejeo y enseguida un golpe en seco. Saqué mi espada de su funda y la seguí, solo para encontrarme a mi doncella en el suelo. Una sombra me observaba desde la oscuridad de la esquina de la habitación. Mi error fue no llevar una de las lámparas de mi habitación, pero me sentía preocupada por la salud de mi compañera. Cuando me acerqué a la silueta, sacó de entre sus ropas un artefacto que escupía fuego y no hubo fallos. No recuerdo más sobre esa noche hasta despertar en mi cama rodeada por el general, Tabatha y el curandero.

El pequeño detalle del artefacto que escupía fuego me tomó por sorpresa, pero había que caminar con cuidado en aquel misterioso terreno.

-¿Encontraron algo sospechoso al día siguiente en la habitación de Tabatha?

-Nada en especial. Y por lo que supe tras el ataque nadie vio a alguien salir de la habitación. Los guardias subieron hasta el recinto tras escuchar al artefacto que escupía fuego. Tienen órdenes de permanecer a la entrada de las escaleras que suben a la torre, por obvias razones. Eso consumió algo de tiempo para que, tal vez, escapara el perpetrador.

Me estuve callado unos momentos. Y aunque estaba fuera de lo que podría decirse, ético, tuve que hacerle una pregunta. Porque, vamos, a la mierda lo ético.

-Me sería útil ver la herida, sino le molesta.

Tabatha y la princesa intercambiaron miradas. El recinto estaba vacío, pero igual no parecían convencidas.

-Como guste, pero si esto no ayuda con la investigación créame que lo haré tomar castigo.

La princesa bajó del trono y se me acercó, acompañada de su doncella. Ayudada por su compañera, Dominica se soltó el corsé sobre el vestido y dejó caer la prenda hasta esa bella altura del ombligo. Se dejó al descubierto el busto, y escondió el rostro en un perfil que daba a la ventana. Tabatha se colocó cerca de la puerta, para evitar alguna indiscreción.

No negaré el hecho de que fue placentero ser de los pocos humildes pueblerinos en disfrutar de la hermosa vista de un busto real, con todos sus bellos detalles de pecas salpicadas y pezones rosados, pero el encanto se terminó cuando pose mis ojos en la parte inferior del pecho izquierdo. No había dudas, era una herida de bala.

-Es suficiente -comentó la monarca, regresando el corsé y el vestido a su lugar. Tabatha, también, volvió a su lugar como consejera real. -¿Que le dice eso?

-Tengo… tengo que ver la habitación para estar seguros.

Asintiendo, un poco dudosa, indicó a Tabatha acompañarme hasta sus aposentos. Dejamos atrás la sala real, seguimos por algunos pasillos y llegamos hasta la entrada a las escaleras que daban a la torre. Nos dieron el paso enseguida.

La recámara de la princesa era inmensa, la cama estaba muy bien arreglada con motivos de encaje y fantasía; y había un tocador para cada pared del lugar. Tabatha se aseguró de que no tocara nada que no fuera indispensable, pero me bastaba con saber que la paga sería buena. Además, si realmente una bala se había disparado esa noche, las cosas se pondrían más que interesantes.

Pasamos al cuarto que se encontraba a espaldas de ese. Era un espacio un poco más reducido, pero tenía sus lujos también. Era digno de la compañera sentimental de su majestad.

Había un ropero grande que parecía apropiado para cualquiera que quisiera esconderse hasta entrada la noche. Una buena cama, que tal vez no se había usado en mucho tiempo; y un par de ventanas cerradas a cal y canto.

-¿Como supo sobre la reina y yo? -preguntó Tabatha aprovechando el tiempo a solas.

-Si no me equivoco esa clase de relojes tienen un camafeo, y en muchos de los casos una inscripción. Prefería morir antes de que cayera en otras manos que, posiblemente, hicieran mal uso de la información ahí puesta. Lo que no entiendo es cuál es el problema de develar su relación. Hasta donde yo sabía hasta la realeza puede elegir con quién puede unirse.

-La falta de herederos es el problema. Ya han existido casos donde dos reinas gobiernan sin problemas, pero en todas esas situaciones se hace uso de un hombre previamente seleccionado para la inseminación. Lo mismo sucede durante un reinado entre dos reyes. Escogen a una mujer para cargar con el futuro rey de la nación.

-Quiero pensar que a la princesa no le atrae mucho esa idea.

-Precisamente. Parece, de hecho, evadir la responsabilidad de dejar un legado con tal de no compartir cama con un hombre.

-No lo sé, creo que vi algunas chispas entre ella y el general Tavála hace un rato frente al obelisco -me agaché para revisar por debajo del tocador, cerca de la puerta.

-¿Como supiste que él…?

-Me parecía la mejor opción. El hombre con más alto rango en las filas militares y la futura reina de Hamden… dos más dos, cariño… -algo al fondo, entre las sombras, hacía hueco en el piso de piedra. Se sentía estrellado.

-¿Qué pasa? ¿Encontró algo?

-Eso me temo -me levanté enseguida, moví el tocador y levanté los fragmentos de piedra estrellada hasta encontrar lo que quería. Le mostré el pequeño objeto a Tabatha.

-¿Qué es eso?

-Algo que no debería existir aquí… mi estimada señorita, necesito que esto se quede entre nosotros, por lo menos por un rato.

-Necesito una razón para ello.

-¿Razón? ¿Qué tal esta? El evento de esa noche y el asesinato del rey están conectados por el mismo hecho irrefutable: la guardia real -me metí la bala en el bolsillo.

-Oh no, no estará diciendo que…

-Dos más dos, cariño -encendí el quién-sabe-cual cigarrillo del día. -Dos más dos.


 

 

Huevo duro y cigarrillos para el desayuno:

[ Escena uno: Tabatha en ningún lugar ]

[ Escena dos: Bill y su constelación de opciones ]

[ Escena tres: Samanta, valquiria, mi amor ]

[ Escena cuatro: Capitán Tavála en el centro del universo ]

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