Huevo duro y cigarrillos para el desayuno (III)

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Escena tres: Samanta, valquiria, mi amor


“Si te vas para allá, por mi, no regreses.”

“¡Si lo que quiero es que vengas conmigo, mujer!”

“¿Y yo que chingados voy a hacer ahí? Todos mis amigos y mi familia viven aquí. Mi trabajo está aquí.”

“Estudiantes hay en todos lados. Bien podrías enseñar español, sigo sin verle el problema.”

“Ah, claro, tu lo tienes todo resuelto. Pero también está el hecho de que me caga ese lugar.”

“Necesito esto. Acá no estoy haciendo nada. Este trabajo es una pérdida de tiempo.”

“Mi tío te ofreció ese otro puesto y te valió madres.”

“Es la misma mierda.”

“¡Ahí está! Entonces haz lo que te plazca. Pero si te vas ten en cuenta de que no estaré esperándote.”

“¿Que pasó con el “en las buenas y en las malas”?”

“Pierde valides al cruzar la frontera.”

“Haberlo dicho antes y conseguía la versión internacional del acuerdo.”

“Pero no será en esta vida, querido. Tal vez en otra.”

“Si, tal vez…”


El espectáculo matutino en la gran ciudad de Hemden fue el detonante para dos eventos en particular que cambiarían mi percepción del caso por completo. Por un lado, fue ahí donde por primera vez creería haberla visto, perdida entre la multitud, los gritos y el pánico, en una de esas curiosas circunstancias donde una nube de humo, una rama gruesa de árbol o un par de hombros de terceros, servían de velo para el rostro y nada más. De esas veces en que inclinarse, o dar un par de pasos a tu derecha, no sirven de nada, porque esa manera de andar, esa piel blanca y ese cabello rubio son una incompleta escalera de cuatro cartas. Y yo ya casi no la recuerdo.

Desde nuestro escape habían pasado ya tres días completos. Los primeros dos nos mantuvimos alejados del camino, descansando a medias entre el fango, la maleza y la ausencia de calor. Tabatha estaba escéptica, pero yo conocía bien a Bill y sabía que era una bestia de rencores, con recursos y con un mal carácter. Todo un premio el señor.

No quise darle el gusto.

Al tercer día llegamos a Davah porque la doncella conocía a alguien ahí que podía ayudarnos. El tipo resultó ser un ex soldado de la guardia real que había escogido ese nido de ratas como pueblo de retiro. Tal vez eran los escalofríos y la sensación de peligro lo que le gustaba para sus años dorados, que se yo, pero el hombre nos recibió con entusiasmo, otorgándonos alimento, descanso y un caballo viejo que facilitarían el último tramo a Hemden. El hombre me recordaría a Lennox más adelante.

El camino que nos esperaba sería el más fácil de todos. Una llanura que se extendía hasta donde se podía apreciar, como una miniatura a la distancia, a la gran ciudad de Hadmen, con su emblemático castillo levantándose hacia el cielo.

Por primera vez dejamos descansar ese sentimiento de persecución que llevábamos sobre la espalda desde hace unos días. En un lugar así era difícil una emboscada o cualquier tipo de asalto y, con eso en mente, Tabatha se dejó adormecer por el sonido de los cascos sobre la tierra. Yo, por lo tanto, pensé en lo que sabía de Hamden hasta ese momento.

La ciudad estaba rodeada por praderas desde el sur y el oeste, con un par de montañas al norte y teniendo el mar al este. Algunos campos de cultivo marcaban con cuadros el suelo lejano pero también sabía que la pesca era buena, más en aquella temporada. Según tenía entendido, el trabajo minero era joven pero estaba a la vanguardia. Había un par de universidades, una enorme biblioteca y varios puntos más de interés, pero no estaba con ganas de pasármela de turista.

Sin embargo, por lo que había escuchado, Hamden era el lugar perfecto para cualquiera que quisiera hacerse de un nombre. El mismo alcalde de Sahari había salido de ahí, y aunque su posición actual estaba lejos de ser digna por asuntos turbios, no podía negar que era un hombre de poder. Y eso es algo que no se enseña en cualquier lado, solo en lugares como Hamden.

If I can make it there, I’ll make it anywhere…

-¿Qué dice? -me preguntó Tabatha reincorporándose al servicio. Al parecer, mi divertida cantaleta la había despertado.

-Antes de que amanezca estaremos en la ciudad, no necesitas estar despierta todo el camino.

La doncella estuvo a punto de aceptar mi invitación pero algo más llamó su atención.

-¿Puedo preguntarle que es esto que lleva en su espalda? – dijo al notar la Colt entre ella y mi espalda.

-Es mi pase mágico.

-Pensé que no creía en la mágica -contestó intrigada.

-Esta es otra clase de mágica. Una que no se verá aquí por mucho tiempo.

La respuesta no calmó sus dudas, pero decidió llevar la conversación por otro lado.

-Sigue hablándome como si fuera ajeno al mundo. Y después de notar su librería, sus extraños atuendos y este extraño artefacto, no podría decir que esté equivocada.

-Mientras eso no afecte mi trabajo creo que no es necesario indagar demasiado, señorita -estaba a punto de continuar, pero la interrumpí. -Además, si de curiosidad hablamos, bien podría decirle lo mismo de ese reloj ¿Un regalo, tal vez?

De nuevo, la doncella se llevó una mano al pecho, como pensando en que pudiera quitárselo con solo hablar de este.

-No me interesa, no te preocupes. Pero, como dije, si eso interfiere con mi trabajo, créeme que tendré que saberlo.

-Sí, es un regalo.

-Parece nuevo, no creo que sea una reliquia familiar.

-Es una situación complicada.

-Casi todos los romances lo son -y me puse a pensar en Samanta, mucho antes de verla-y-no-verla en lo que nos esperaba más adelante. -¿Cómo es que diste conmigo? Me lo he estado preguntando desde que te conocí.

A decir verdad, ese pensamiento no me había abandonado desde que salimos de la aldea. Era algo extraño, pues de entre todos los ordinarios yo era el más ordinario de ellos. Si bien mi trabajo era algo nuevo en este plano, no se diferenciaba mucho a lo que un guardia, caballero o consejero harían en una pequeña e inadecuada forma. Algo que podría decirse mediocre desde otra perspectiva.

-Una mujer me dio el dato.

-¿Rubia?

-No, morena, de largos cabellos cobrizos -no estaba de más preguntar -No estaba de más venir a verlo.

-Aún así, no soy la clase de hombre que buscan para esos trabajos.

-Fue algo extraño, de hecho. -dijo, como recordando los detalles del evento. -Hasta ahora pensaba que había sido casualidad, pero hablaba con tanta elocuencia y virtud sobre usted que casi parecía que lo conocía.

-Bastante extraño, de hecho.

-¿Porqué lo piensa usted también?

-Porque aquí yo no conozco a nadie -y habiendo dicho esto regresamos al mutis.

Un viejo, más adelante, nos hizo el favor de abastecernos con agua y un par de frutas para el camino. Se le veía lleno de esa energía de los que se levantan antes del alba para empezar sus labores. Tal vez me había equivocado al escoger a Sahari antes de revisar otras opciones.

 

La ciudad se olía fresca a la hora en que llegamos. Los porteros nos dieron el paso después de que Tabatha se presentó ante ellos y todavía anduvimos cerca de otra hora a través de los hogares y con los cascos al compás de la piedra caliza. Ya he mencionado que a raíz del espectáculo matutino, el que estábamos a punto de presenciar, detonó dos eventos que me harían cambiar de percepción sobre el caso, pero cabe recalcar que el anfitrión mismo del show fue el otro evento a tratar.

Cuando por fin nos acercamos a la plaza principal, esa que daba directamente al camino de piedra y faroles que daban al castillo, a la ligera luz de la mañana que anunciaba el nuevo día, una multitud se amontonaba alrededor de un obelisco. Los guardias armados trataban de alejar a la gente pero no se daban por completo el abasto. Tabatha se apresuró entre el mar de cuerpos sudorosos y distinguí su voz en un grito entre todos los demás después de unos minutos de lucha.

La seguí.

Los citadinos, todavía en ropas de casa, murmuraban sin entenderse.

Algunas mujeres lloraban en los brazos de sus hijos o esposos.

Los guardias se perdían en la confusión.

La espalda de Tabatha, erguida hace apenas unos segundos, se desvaneció al suelo.

La sombra difusa de Samantha se alejaba de la circunferencia humana.

Y, con las manos clavadas al obelisco, el rey yacía muerto. Desprovisto de corona.


 

Huevo duro y cigarrillos para el desayuno:

[ Escena uno: Tabatha en ningún lugar ]

[ Escena dos: Bill y su constelación de opciones ]

[ Escena cuatro: Capitán Tavála en el centro del universo ]

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