Entre metáforas y electrones

Mi abuela

La persistencia de la memoria. Salvador Dalí
La persistencia de la memoria. Salvador Dalí

Mi abuela siempre presume de su buena memoria. Sentados a la mesa, sus hijos comienzan a contar historias de la infancia, de allá en el pueblo, de allá por los años sesentas. Nosotros, los nietos, imaginamos los rostros pequeños de los tíos, sudorosos bajo el sol constante de San Juan de Guadalupe, Durango. Mi abuela escucha mientras come con dificultad, su placa dental le molesta, se le ve desesperada por tomar la palabra y contar su versión. Se limpia las migajas con la servilleta para luego hablar con autoridad.

-¡Ah pero como son mentirosos!- dice enojada-, así no fueron las cosas. Y entonces comienza a sacudirle los excesos a las anécdotas de mis tíos. Al terminar nos observa como preguntando a quién le creemos más.

Siempre que recuerdo me pregunto si será verdad lo que recuerdo, en ocasiones confío en mi memoria como en un álbum de fotografías, pienso que los hechos están ahí para hojearlos uno a uno, que mi historia ha sido capturada con la luz y el enfoque adecuados para cada una de las emociones vividas. Pero ¿y si no es así? ¿si fuera como dijo Bertrand Russel y el planeta ha sido creado hace unos pocos minutos,  provisto de una humanidad que recuerda un pasado ilusorio? Por supuesto lo anterior es llevar las cosas al extremo, pero es interesante pensar en ello. El recién fallecido García Márquez decía “La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”.

Hay un cuento de Borges que presenta un caso inquietante: un hombre que no olvida nada. Debe vivir a oscuras porque no quiere guardar más imágenes; los gestos de las personas, las grietas en las paredes, las formas de las nubes en un día determinado… todo lo almacena en su cabeza. El cuento se titula “Funes el memorioso” y el narrador menciona:  No sólo recordaba cada hoja de cada árbol de cada monte, sino cada una de las veces que la había percibido o imaginado. El grado de detalle en sus recuerdos es tal que necesita todo el día para narrar un día de su vida.

Aunque mi abuela no llega a tener la infernal memoria de Funes, sí que logra hazañas como saberse los rosarios al pie de la letra, con sus infinitos ruega por nosotros y demás letanías. Cuando éramos pequeños, nos enseñaba a declamar largos poemas, sacando los versos únicamente de su cabeza, sin siquiera mirar en un libro. Es de esperarse que guarde con cierto resentimiento ese día de su cumpleaños en que alguno de nosotros olvidó visitarla.

Contrario al recuerdo es el olvido: los estudiantes frente al examen lo detestan, los amantes despechados lo invocan. Michel Gondry, director francés sumamente creativo, explora el tema en la película “Eterno resplandor de una mente sin recuerdos”. A un consultorio acuden personas cargadas de objetos; llevan cartas, muñecos de peluche, dibujos, poemas; todos esos tesoros que, tras una dolorosa ruptura, terminan convirtiéndose en chatarra emocional. Estos tristes personajes pasan de uno en uno al consultorio, ahí el doctor comienza la terapia del olvido, los somete a ver los objetos para detectar las zonas del cerebro que se activan y poder así borrar los recuerdos.

El cuerpo de mi abuela ha ido perdiendo su memoria. A sus oídos ya no llegan como antes las notas musicales, debe usar un aparato incómodo; los colores y los rostros ya no le son iguales tras el velo gris de las cataratas. Incluso sus pies en ocasiones olvidan los relieves en el suelo de su casa, constantemente se tropieza.

Según el psicólogo Daniel Schacter, el olvido es una función necesaria de la memoria humana, no nos conviene guardar todos los elementos de cada experiencia, tanta información nos bloquearía. Él menciona que la memoria posee siete pecados, estos son: transitoriedad, distractibilidad, bloqueo, atribución errónea, sugestionabilidad, sesgo restrospectivo y persistencia.

La transitoriedad se refiere a cómo el tiempo maltrata los recuerdos, la distractibilidad es lo que olvidamos por no poner la atención adecuada, el bloqueo es el clásico “lo tengo en la punta de la lengua”. Mientras estos tres se refieren al olvido los siguientes tres tienen que ver con la elaboración de recuerdos un tanto falsificados. La atribución errónea es cuando tenemos la información pero decimos mal de donde la obtuvimos, la sugestionabilidad es cuando contestamos guiados por una pregunta tendenciosa “¿Verdad que tú viste que yo no tuve la culpa?”, por otro lado, el sesgo se refiere a la emoción u opinión que tenemos al momento mismo en que recordamos.

De estos pecados, es el último el que me resulta más cruel: la persistencia, nos hace revivir el calor en el rostro  al ser humillados frente a toda la escuela, o ese paso en falso al enteramos del accidente de un familiar. La persistencia es la que guarda toda esa información incómoda o perturbadora que quisiéramos olvidar.

Mi abuela entrena noche a noche su memoria, en la oscuridad repasa las anécdotas del día, y de los meses y los años anteriores. Es inevitable que los malos recuerdos se cuelen sin permiso, entonces reza sus plegarias, una y otra vez. Trata de dormir pero últimamente hay un dolor de espalda o una tos que no la deja. Nos ha dicho que a veces repasa poemas y que, en los casos extremos cuando el insomnio persiste, murmura del uno al doce las tablas de multiplicar.

 

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