Entre metáforas y electrones

Por amor a la física        

El profesor se sienta en la pequeña bola que cuelga del techo atada con una cuerda. Aunque los estudiantes ya se esperan alguna excentricidad de su parte, les sorprende la acción; no pueden evitar mirarse los unos a los otros para después reír. Entonces el maestro estira las piernas, echa la espalda hacia atrás y comienza a columpiarse. La postura es incómoda pero se le ve alegre, como un niño orgulloso de que sus padres lo vean realizando una nueva hazaña. Mientras  va de un lado a otro, les pide a los alumnos que cuenten en voz alta el número de veces que pasa por el mismo punto: una cruz marcada en el suelo. Cinco…, seis…siete,  se escucha al unísono, y así hasta llegar al diez. En un display de números grandes y rojos se está contando el tiempo, cuando el profesor termina su decima oscilación, éste indica 45.60 segundos. Ha realizado 10 oscilaciones en 45. 60 segundos.

Se baja de su columpio mientras el auditorio entero grita y le aplaude,  emocionado camina rápidamente hacia el pizarrón, anota el tiempo y las oscilaciones con letras grandes para después voltear hacia los alumnos que ahora se han convertido en sus fans.

–          ¡Se los digo!- grita. – ¡la física funciona! .

Ha demostrado cómo la frecuencia de un péndulo (número de oscilaciones por unidad de tiempo)  no depende de la masa, ya que previamente realizó el  mismo experimento  columpiando únicamente la bola, sin él encima. El resultado fue prácticamente el mismo, 10 oscilaciones en 45.70 segundos, tan sólo una décima de diferencia.

El nombre de éste singular personaje es Walter Lewin y es reconocido como uno de los mejores profesores de física del mundo. Ha estado impartiendo clases en el Instituto Tecnológico de Massachussetts (MIT) desde hace 44 años y  hace algunos años decidió subir sus cursos a Internet, teniendo al momento un gran número de visitas en YouTube  así como descargas en iTunes. Constantemente recibe correos electrónicos de personas agradecidas por sus videos.

Cuando le preguntan cuál es su secreto para ser tan popular como profesor de física, él contesta:

–          Le muestro a la gente su propio mundo, el mundo en que viven y que conocen, pero que no miran como físicos aún.

En otra de sus demostraciones, se recarga en la pared y sostiene una bola de metal como la anterior, colgada del techo a modo de péndulo. Coloca la bola a pocos centímetros de su rostro y la suelta. La bola se columpia al otro extremo y, mientras regresa, los alumnos contienen el aliento. Él no se mueve, confía en que, gracias a la conservación de la energía, la bola no golpeará su rostro. Así sucede y ésta se detiene a escasa distancia de su barbilla para volver a balancearse.

Para él, el mejor profesor es quien más mundos descubre, por eso dedica tiempo para estudiar teatro, declamación y oratoria. Se despierta cada madrugada para preparar sus clases y piensa en la mejor manera de emocionar a sus estudiantes. “Hace cincuenta años que no repito una clase” dice orgulloso, “ la preparación de tus clases debe ser tan creativa como el arte.”

Su mención de una clase como un trabajo artístico no es trivial, y es que este peculiar profesor es también un gran estudioso y coleccionador de pinturas, esculturas y demás manifestaciones de vanguardia. Su inmersión en ello es tal que ha sido buscado por varios artistas para precisar los aspectos técnicos de sus diseños.  Entre sus más famosas aportaciones esta el trabajo en “Rainbow” con el llamado “artista del cielo” Otto Piene. Dicha obra fue presentada en la clausura de los juegos olímpicos de Munich 1972: un arcoíris gigantesco compuesto de globos tubulares que se doblaban el  cielo; ante el ambiente trágico que se vivió por entonces  debido al asesinato de atletas israelíes, el momento resultó conmovedor.

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Arte y ciencia coinciden en la estética del significado y en el modo en que ambas pueden alterar nuestra percepción del mundo. Finalizo con sus palabras al respecto, tomadas de “Por amor a la física” (Ed. Debate, 2012), un libro para físicos y no físicos, altamente recomendable.

Las obras de arte innovadoras pueden ser bellas e impresionantes, pero lo más habitual es que sean desconcertantes, incluso feas. Una nueva forma de mirar al mundo nunca es una cama familiar y acogedora; es siempre una ducha bien fría.  

Pienso lo mismo de los trabajos pioneros en física. Cada vez que la física da otro de sus extraordinarios pasos reveladores en un terreno previamente invisible o tenebroso, ya nunca podemos volver a ver el mundo de la misma forma.

 

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