El nuevo blues de los gatos de misa

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Buenos días. Conozco el reloj. 
Las dos de la tarde son las nuevas diez de la mañana. 
Todavía las pantuflas y todavía la playera de ayer.
Algunos coches frente al edificio. 
Los niños de junto corriendo y gritando los asuetos.
Un aroma a flores de jarrón en la salita. 
Un poco a tierra mojada también.  
La vida a una ventana de distancia. 
Y hay que decidir comerse los domingos. 
Hay que romper la puerta de la entrada en un bostezo exasperado. 
Un pasillo largo. 
O un jardín con lilys y gerberas. 
Un frío recorrido cuesta abajo. 
O un paseo con los pies desnudos sobre el verde prado de la hectárea.


Buenos días, saludo. 
Conozco el reloj, continúo. 
Ya pasan de las tres y once mañanas y todavía no existe el desayuno. 
Hay que mirar al fuego en el mundo sobre el mundo. 
Rimas descuidadas y susurro de gente a flojera de abrir el negocio. 
Un sol vespertino-matutino. 
Una brisa que viene de ningún lugar y va a quien-sabe-donde. 

Si, buen día caballero. 
Si, buen día mademoiselle. 
Por supuesto que conozco el reloj. 
No pasa de treinta minutos después de los sesenta que tu quieras. 
Hace menos tiempo en mi muñeca que en la tuya. 
Y la tuya. 
Y la tuya. 
Con todo eso y aún puedo ver las burbujas de aquella pistola haciendo lluvia para el norte. 
Y los payasos de la plaza construyendo barcos de alegría. 
Todavía las pantuflas y todavía la playera de ayer. 
Todavía el mismo cabello desmarañado que hace un nido de sombras sobre el café. 
Yo aún puedo estar así, y mirar al globo así, a mis diez de la mañana. 
Y también puedo visitar los portales del desayuno. 
Todavía puedo sentarme al pie de una puerta inmensa y desgastada de madera. 
Allá afuera no hay quien los visite. 
Pero solo son las diez de la mañana. 

Buen día. Conozco el reloj.
Me lo pongo para descansar y me lo quito para trabajar.
Ahí vienen los reproches de canela y grano.
Ahí vienen los testigos de quesillo y salsa roja.
Hasta se nubla.
Y hasta refrescan.
Precioso domingo, rey de las calles vacías.
Con sus hermosas mujeres vestidas de lluvia.
Con sus valientes hombres vestidos de hogar.
Y las palomas de su centro avecinan un mar de migajas.
¿Que sería del mundo sin tu eterna mañana?
¿Que sería de las salidas al mercado sin tu breve complejidad?

Buenos días, Querida. Si, conozco el reloj.
Solo he salido para ser inmortal antes de que lleguen las seis. 
Una salida también para buscar provisiones. 
Un resto de amaneceres, Amor, para preparar ocasiones.
Silbatos, caricias, espacios y brisas.
Aun se escuchan rimas de omnipresencia del domingo que se agota.
La película en medio de las palomitas.
Los juegos de video en medio de la bebida tan fría.
El amor en medio de la travesura.
La piel desnuda de tu nombre con la mía sin culpa ni razón.
Las manos sobre las manos.
La boca sobre la boca.
La madrugada amante de la mañana de domingo.
El mismo silencio de cuando había barcos en la bahía de la plaza.
La noche de cuando se acercaba las mismas pantuflas y la misma playera de ayer.
Y no.
Por ahora ya no me acuerdo de ningún señor reloj ni de ningún buen día por delante.

[Y si gustan entablar, por un rato más largo, una conversación con El viejo blues, pregunten por los gatos de misa, que yacen varados en las intermitencias del pasado. Haciendo, claro, click sobre este estribillo]

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