El nicaragüense

Lloviznaba y tomé a un autobús para ir del centro a la periferia de la ciudad. Casi detrás de mi se subió un muchacho de piel muy oscura y acento extranjero. Era nicaragüense y se dirigió a los pasajeros para pedirnos apoyo, aclarándonos que no tenía intención alguna de quedarse en nuestra bella ciudad, que  sólo estaba de paso pero que de momento no tenía ni para comer y que por eso se atrevía a molestarnos. Mencionó varias veces la palabra respeto: que su intención no era faltarnos al respeto, que nos pedía una cooperación con todo respeto y que se despedía deseándonos una buena tarde con todo respeto.
Seguí con atención su discurso, lo miré con curiosidad. Calculé que ni siquiera debía ser mayor de edad  y mi esófago se convirtió en una colección de nudos al imaginar la comunidad y la casa que había dejado atrás, el camino que llevaba recorrido, lo que podía estar guardándole el  futuro.
Cuando pasó junto a mí le entregué un par de monedas y pronuncié la palabra suerte.
-Gracias, usted es lo máximo –Me respondió al tiempo que me miraba y tomaba las monedas. Por supuesto, no me sentí lo máximo, al contrario, me sentí profundamente miserable porque dije suerte, pero lo que en realidad quise decir fue: Espero con todo mi corazón que no te asalten, ni te golpeen, ni te secuestren, ni te asesinen, ni termines en una fosa clandestina. Mellevalachingada.

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