El aplaudidor

Profesional entrenado por años,
fuertes inversiones lo crearon,
actúa con gran convencimiento,
le importa su paga y nada más.

No entiende, ni le interesa la obra,
memoriza cuándo tiene que actuar;
sin él no se entenderían las funciones,
se abuchearía lo montado en el escenario.

Marca cuando es el momento de las palmas,
aplaude y la multitud lo sigue sin dudar;
erige un consenso implantado
que aprueba el espectáculo.

Simula reír en ciertos actos,
destapa las serie de risas enlatadas;
el público sin encontrar lo gracioso
se carcajean para no quedar como tontos.

Llora y se lamenta si la escena lo demanda,
debe mostrarle la desgracia a la multitud,
que la conozcan y sufran como suya,
lloren convencidos de la crueldad mostrada.

Después de que la masa ha sido entrenada,
y tiene un comportamiento adecuado,
es cuando se retira, lejos de la gloria,
deja de ser útil para quien patrocina la obra.

Con las habilidades que tiene
puede convertirse en presidente;
aunque parezca una marioneta
no es más que el claquero del poder.

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