Cuadros

I

Las Mariposas Blancas

Todavía hay amores sobre el asfalto

ayer los vi en dos mariposas blancas que se amaban

sin escuchar los delirios de sus sombras en la calle.

Jugaban a besarse con las antenas,

chocaban, tropezaban y se volvían a dar un ala,

como niños bailaban y corrían sin entender los sonidos de la multitud

que casi aplastándolas a su lado pasaban.

Para ellas el río de la avenida era el llanto de la montaña

y el claxon de los coches  el trino furioso de los pájaros.

 

Dichosas y pequeñas las incrédulas,

saben que existe la muerte, la del pie gigante

y la mano que es rama de espinas pero no se imaginan

que pueden morir en el anzuelo del pensamiento humano.

Puras e ingénuas las nobles,

son como ideas que encierran en sus alas

el color aún inmaculado del amor.

 

Cuando llega el frío del ocaso van a abrigarse a su casa de pétalos

y se vuelven ojos luminosos en el rostro de la noche

o el polvo en las palabras de los soñadores

que como yo las cazaron en las visiones del insomnio matutino.

 

II

Mariposas Amarillas 

Dos mariposas amarillas saltaban sobre las sábanas del aire cantando una canción casi muda

entre las caricias de sus alas sudaban gotas de miel que embelezaron nuestros ojos.

Eran dos llamas tocando el cielo y yo una voyerista del amor salvaje que se gestaba en el viento

 

Pensé que esos dos faroles hiriendo a la noche con sus antenas de fuego

podríamos ser tú y yo y llevar sobre las alas nuestros nombres.

Que serían ellas si así el tiempo hubiera querido otorgar una baraja de milagros?

Títeres de la lúcides humana, que siguen así siendo dos almas fugitivas de la consciencia?

Nuestras sombras libres y ocultas en la noche de todo cuanto proclaman las sirenas rutinarias?

 

III

El Colibrí

El ocaso gestiona grandes espectáculos,

de su lengua negra y larga saca sombras y espectros

y estrellas despedidas de labores que se ganan el pan celeste con disfraces de alebrijes.

Pero ninguna escena aventaja la del colibrí que hiela al alma en un suspiro tornasol.

Yo me quería sentir una maga para tí, desbordar los restos de vino de la copa del sol,

sacar artificios del sombrero de la memoria, alguna estrella con sabor a coco de los cielos de las palmeras;

quería ser una aprendíz  del atardecer y entonces apareció

El colibrí moviendo su telón, se manchó el pecho con la sangre de las flores en su acto triunfal y dramático,

agitó sus alas, dejó un mensaje sobre rústico papel de las miradas.

La musíca de la noche tronó con platillos de las estrellas circenses,

el biombo negro extendió sus puertas para distraernos del desnudo de la luna

y el colibrí bajó con la colora del sol para  verter de coronas  el cementerio del horizonte.

 

 

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