Cotidiana

Llegué desde un campo de guerra
hacia la soledad de las ciudades.

Las vidas caminaban sin desazón y sin desvelo,
mientras yo, sin más remedio,
limpiaba la sangre de mi cara.

El ruido de los autos corría,
las notas del noticiero,
el revuelo de la gente y
el contratiempo en marcha.

Pero cuando la muerte
ahondó hasta los huesos
y todas mis entrañas devoró,
caí en cuenta
que no hay nada nuevo bajo el sol,
ni siquiera el sufrimiento,
o el menor atisbo de bonanza.

Toda infamia se suaviza
ante la cotidiana indiferencia.

Todos los sonidos resuenan en el viento
y sin embargo,
no resuena nada:
-es tal vez, me he dicho,
por un fenómeno culpable-
cuando el silencio por dolor se guarda,
se vuelve el ruido más insoportable.

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